ESCRIBANO MONACAL

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UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

domingo, 6 de abril de 2014

UN EXTRAÑO PERSONAJE, NAPOLEÓN IV

Más de uno se habrá quedado asombrado por el numeral que figura al lado del nombre de Napoleón. Esta vez traigo al blog un personaje casi desconocido, pero, que, si hubiera vivido más tiempo, hubiera cambiado radicalmente la Historia de Europa.
Su verdadero nombre fue Napoleón Eugenio Luis Juan José Bonaparte. Sólo le faltó que le pusieran al final “de todos los Santos”, como hacen aquí con los infantes.
Era un Bonaparte de pura cepa, pues se trataba de un sobrino nieto del gran militar y conquistador francés.
Nació en París, en 1856 y sus padres fueron el emperador Napoleón III y su esposa, la emperatriz de origen español, Eugenia de Montijo. Su madrina fue la reina de Suecia.
Al nacer recibió los títulos de príncipe imperial, con el tratamiento de Alteza imperial. Además, el de conde de Teba, por su madre, y el de conde de Pierrefonds, por su padre.

En 1870, al caer el Segundo imperio francés, tras la derrota en la guerra franco-prusiana, tuvo que exiliarse junto con el resto de la familia imperial. Su primer destino fue Bélgica y, posteriormente, se marcharon al Reino Unido, donde su padre falleció en 1873.
A partir de ese momento, los legitimistas imperiales quisieron proclamarlo como Napoleón IV, pero eso sólo se podría realizar si volvía a París.
Mientras su padre permaneció como prisionero de los alemanes,  madre e hijo vivieron en un hotel de Hastings, durante un par de semanas, para trasladarse luego a Camden Place, en Chislehurst. Allí pudieron reunirse todos en 1871 y vivieron con otras 36 personas que formaron su comitiva en el exilio.
Es posible que se decidieran por alquilar esta mansión, porque su dueño en ese momento, Nathaniel William Strode, era un gran admirador de la cultura francesa y había amueblado el palacio de acuerdo con los gustos de ese país.
Incluso, se dice que las puertas de hierro con sus lámparas rematadas con coronas de oro, que se situaban a la entrada de esa propiedad, procedían de la Exposición Internacional de París de 1867.
No es posible verlas hoy en día, porque, tras sufrir fuertes bombardeos, durante la II Guerra Mundial, fueron donadas como chatarra al Gobierno británico, para que las utilizara en el esfuerzo bélico.
Todavía, algunos nombres, recuerdan el paso de la familia imperial francesa por esa zona del Reino Unido.
Casualmente, a la muerte de Strode, en 1890, compró esa propiedad un constructor llamado William Willet, el cual vivió allí hasta 1915.
Seguro que a nadie le sonará este nombre, pero a lo mejor más de uno de mis lectores se acordará de toda su familia cuando le diga que fue el que ideó el cambio de hora en verano, al objeto de que se aprovecharan más las horas de luz. Aunque lo propuso muchas veces a su Gobierno, no lo consiguió en vida, pero sí en 1916, el año siguiente a su muerte.
También hubo muchos comentarios sobre la posibilidad de que contrajera matrimonio con la princesa Beatriz, hija de los reyes Victoria y Alberto del Reino Unido.
Lógicamente, si se hubiera llevado a cabo esa unión, es muy posible que la Historia de esas dos naciones hubiera sido completamente diferente a lo que había sido hasta ese momento.
También es muy sorprendente que un Bonaparte se hubiera casado con una inglesa. Seguro que eso le hubiera hecho revolverse en su tumba a su tío abuelo.  
Parecía un joven inteligente y con mucha ambición, con lo que es posible que hubiera recuperado el trono imperial. No obstante, se decidió a hacer carrera en el Ejército británico, ingresando en 1872, como cadete,  en la academia militar de Woolwich.
Su ingreso en el arma de Artillería le fue notificado nada menos que por el duque de Cambridge, general en jefe del Ejército y primo de la reina Victoria.
Embarcó junto con el resto de las tropas británicas hacia Sudáfrica, para luchar en la II Guerra contra los zulúes, llevándose consigo una espada que había pertenecido a Napoleón I. Su unidad era una de las muchas que se enviaron tras el desastre británico en la batalla de Isandlwana.
Fue voluntariamente a esa campaña, pero sus superiores recibieron unas  instrucciones muy concretas para que no estuviera nunca en primera línea de batalla.
En uno de sus escritos, el joven Napoleón nos informa: “las razones que me llevaron a ir son todas políticas y, fuera de éstas, nada más influyó en mi decisión”. Es posible que se refiriera al resultado de las elecciones celebradas en Francia el año anterior, donde los republicanos obtuvieron una clara victoria.
A finales de marzo de 1879, el barco del príncipe llegó a Durban, en Sudáfrica, adonde desembarcó él con unas cartas de presentación para el teniente general Chelmsford, el cual no pudo recibirlo por falta de tiempo.
El 2 de abril escribió a su madre diciéndola: “lo que más lamento es no poder estar junto a aquellos que luchan. Me conoces lo suficientemente bien para saber que para mí es un trago amargo. Pero espero que acabe mi mala suerte”. Es posible que el príncipe estuviera ideando alguna treta para poder combatir en la primera ocasión que se le presentara.
Una mañana de junio de 1879, el grupo donde cabalgaba, fue sorprendido en medio de una emboscada enemiga, junto al río Umbanzi. A pesar de que llevaba una escolta personal, todos los miembros del grupo pudieron escapar, salvo él, que fue derribado por su caballo y cosido a lanzazos por los guerreros africanos.
Murió muy joven. Sólo tenía 23 años. Se dice que los que lo mataron abrieron su cuerpo en canal, pues era lo que solían hacer con sus propios muertos.
Sus compañeros recuperaron su cuerpo al día siguiente y lo enviaron de vuelta a su familia. Para la emperatriz fue una pérdida irreparable, pues se trataba de su único hijo. Así que su cortejo fúnebre, según las fuentes de la época, fue impresionante. Inicialmente, fue enterrado, junto a su padre, en una capilla de la cercana iglesia de Saint Mary. Posteriormente, la emperatriz mandó construir un panteón mayor para sus restos en la abadía de Saint Michael, en Farnborough, Hampshire, donde siguen reposando sus restos.
También fue una pena, porque, de haber sobrevivido y recuperado el trono, no hubiera tenido que esperar para reinar  tanto como el heredero de la reina Victoria, pues su padre ya era un poco mayor cuando él nació y murió siendo él aún joven.
Es posible que, con su decisión de ir a la guerra,  intentara mejorar la opinión de los franceses acerca de su dinastía, pues su padre había fracasado estrepitosamente tanto en México como en la guerra franco-prusiana. En Indochina (Cochinchina se llamaba en aquel momento) no fracasó, porque logró que España le ayudara a conquistar esos territorios a cambio de nada.
Parece su decisión de ir a la guerra fue siempre un quebradero de cabeza para sus superiores. En una carta del teniente general Chelmsford, comandante en jefe de las tropas desplazadas a Sudáfrica, se puede leer que le informa a su ministro de la Guerra, que el príncipe había salido con una patrulla al mando del teniente Carey, sin haberlo aprobado él previamente. Por tanto, como el teniente Carey ha regresado por la noche y ha contado que todos pudieron huir, pero no esperaron al príncipe, es muy posible que haya caído en manos de los zulúes.  
Parece ser que el príncipe buscaba la notoriedad y participó en varias patrullas entre los días 13 y 20 de mayo de ese año, enfrentándose con los zulúes, poniendo en peligro su vida.
Como se enteró el comandante en jefe, a cuyo cuidado estaba,  le echó la bronca y lo destinó a su cuartel general, para alejarlo del peligro. Allí estuvo hasta el 1 de junio, fecha en que los efectivos británicos comenzaron su ofensiva.
Como dejaron de vigilarlo de cerca, el príncipe se fue con una patrulla que se dirigía al territorio enemigo, al mando del teniente Jaheel Carey, con un grupo compuesto por un sargento, un cabo, 4 soldados y un guía africano. El propósito de esta unidad era buscar un buen lugar para que pudiera acampar la noche siguiente la II División y, además, realizar unos trabajos de cartografía.
Parece ser que el príncipe, antes de salir, escribió una carta a su madre, donde al final le comentaba que estaba encantado de que hubiera salido como diputado en las últimas elecciones, el candidato bonapartista Godelle.
Según los testimonios de los supervivientes, el príncipe ordenó que se hiciera una parada, para que la tropa y los caballos descansaran.
A las 15.50 le dijeron que si continuaban la marcha y él les dijo que esperaran 10 minutos más. No obstante, el guía les informó que había visto a un zulú cuando llevó a los caballos a beber al río.
Así que, cuando fueron a montar de nuevo, el enemigo les disparó por sorpresa y algunos perdieron sus caballos, teniendo que refugiarse tras una cabaña abandonada.
También dijeron que uno de los soldados fue alcanzado por la espalda y que el príncipe cayó de su caballo y quedó con el pie pillado en el estribo hasta que se soltó y fue rodeado por una docena de zulúes, los cuales le dieron muerte.
Parece ser que se enfrentó valientemente a ellos, pues todas sus heridas fueron de frente, pero no pudo hacer nada contra tantos enemigos.
Se utilizó como chivo expiatorio al teniente Carey, acusándolo de cobardía ante el enemigo, por haber salido al galope, dejando solo al príncipe. A causa de las presiones de la prensa, al cual movilizó a la opinión pública, se le llevó ante un consejo de guerra el 12 de junio del mismo año. El teniente argumentó que el príncipe estuvo al mando del grupo en todo momento.
En su contra se dijo que el grupo había avanzado más allá de la zona donde se le había ordenado.
También se discutió si se había elegido una buena zona, pues uno de los hombres, que tenía mucha experiencia en la zona, dijo que no le había gustado la idea de acampar allí, por estar muy a la vista del enemigo.
Las fuerzas británicas cifraban su superioridad en dos razones: su mayor potencia de fuego desde cierta distancia y el tener caballos para huir al galope.
En cuanto a la primera, perdieron esa condición cuando se les aproximaron demasiado los zulúes sin haber notado su presencia.
Tampoco pudieron salir huyendo con sus caballos, porque el príncipe ordenó que los desensillaran para que descansaran, como si estuvieran yendo de excursión.
Nos podemos preguntar por qué el teniente Carey cedió el mando de sus tropas al príncipe. Es posible que la justificación estuviera en la diferencia de clases de ambos, algo que era muy respetado en la Inglaterra de la época.
Carey venía de la clase media, pues su padre era un clérigo y había estado antes en un regimiento que no era muy prestigioso.
Es posible que el príncipe escogiera ir con este grupo, porque Carey era un tipo que hablaba bien francés y decía haber admirado al padre del príncipe.  
Además, también es posible que le dejara mandar a la tropa, porque, en aquellos momentos, se rumoreaba que el príncipe podría casarse con la hija de la reina Victoria y podría llegar a ser un personaje muy importante de la Corte o, incluso, llegar al trono imperial de Francia.
Lo cierto es que, por dejar el mando al príncipe, el grupo fue sorprendido en plena comida campestre, sin haber colocado centinelas, lo cual puso en peligro las vidas de todos.
Como no quisieron que trascendieran los escandalosos detalles del consejo de guerra, aunque el teniente Carey fue considerado culpable por el tribunal, al enviar la sentencia al duque de Cambridge, para su confirmación, éste ordenó que, no obstante, el teniente fuera perdonado y enviado de vuelta a su unidad, como si no hubiera pasado nada.