ESCRIBANO MONACAL

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UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

jueves, 8 de septiembre de 2016

JULIET ANN OPIE HOPKINS, LA ENFERMERA DEL SUR



Normalmente, cuando se habla sobre un modelo de enfermera, inmediatamente, todo el mundo piensa en la británica Florence Nightingale, que se hizo famosa, en el siglo XIX, durante la Guerra de Crimea.
Yo no dudo  que esa mujer fuera todo un ejemplo y seguramente, fue todo un modelo para nuestro personaje de hoy. Ya que la Guerra de Crimea comenzó en 1853, mientras que la Guerra de Secesión en USA se inició en 1861.
Sin más aclaraciones, vamos a entrar en faena. Nuestro personaje se llamaba Juliet Opie Hopkins y nació en mayo de 1818 en un pueblo situado en el actual Estado de Virginia Occidental.
Nació en el seno de una familia bastante pudiente. Su padre tenía una plantación y se calcula que poseía unos 2.000 esclavos, nada menos.
Fue educada en su propia casa hasta que sus padres la enviaron a una escuela privada en Richmond, también en Virginia.
Desgraciadamente, su madre falleció prematuramente, cuando ella sólo tenía 16 años. Así que su padre la llamó para ejercer las labores de ama de casa, que antes había realizado su madre.
En 1837, se casó con Alexander George Gordon, un capitán de la Armada USA. Un matrimonio que duró hasta el fallecimiento del marido. Unos diez años después de la boda.
En 1854, casó por segunda vez. En esta ocasión, el marido fue Arthur Francis Hopkins, el cual ya era viudo y le sacaba nada menos que 20 años.
Arthur había estudiado Derecho. Tenía su despacho como abogado en Alabama. Posteriormente, fue elegido senador y miembro del Tribunal Supremo de Alabama.
Evidentemente,  tras este matrimonio, ella cambió su apellido de soltera por el de Hopkins,  como se suele hacer habitualmente en USA.
Además, Juliet, nunca tuvo hijos, de ninguno de sus dos matrimonios. Sin embargo, adoptaron una sobrina.
En enero de 1861, dado que cada vez existía más tirantez dentro de USA, se fundó la Confederación de Estados de América. En mayo del mismo año, se acordó que la capital estaría en Richmond.
En noviembre, el gobernador del Estado encargó a Arthur la supervisión de los hospitales de Alabama.
La pareja se dedicó en cuerpo y alma a poner en orden los ya existentes
y fundar nuevos hospitales.
Incluso, llegaron a vender muchos de sus bienes para que tuviera éxito la tarea que les habían encomendado, ya que la Confederación no disponía de suficiente dinero para ello.
Parece ser que ella consiguió en sólo cuatro meses, convertir tres fábricas de tabaco en hospitales, para atender a los miles de  heridos que estaba provocando esa sangrienta guerra. Se calcula que cada uno de esos hospitales podía albergar a unos 500 pacientes.

Además, llegó a preocuparse de escribir las cartas de los soldados, que no podían hacerlo. Incluso, les proporcionó libros para que se entretuvieran leyendo durante su período de convalecencia.
Según parece, cuando uno de sus pacientes moría, se preocupaba de escribirle a su familia y enviarles dentro del sobre un mechón del cabello del fallecido. Algo muy de moda en esa época.
Se implicó tanto en este asunto que llegó a visitar algunos de los frentes de batalla. Estando en la batalla de los Siete Pinos, en 1862, fue herida dos veces en la cadera, cuando estaba evacuando heridos hacia el hospital de campaña. Esta lesión le provocó una cojera de por vida.
Como la gente había leído sobre el trabajo realizado por Nightingale a ella la apodaron la “Florence Nightingale del Sur”.
Hasta la máxima autoridad del Ejército Confederado, el general Robert E. Lee, elogió el trabajo que estaba realizando con los heridos. Incluso, le fue otorgada la Medalla de Honor de los Estados Confederados.
Posteriormente, siguiendo la orden dada por el presidente de los Estados Confederados, tuvieron que evacuar a los heridos de los hospitales más pequeños y centralizarlos en otros más grandes.
La guerra se fue convirtiendo en una guerra total, donde no se respetaba la retaguardia. Por ello, el matrimonio, hubo de huir hacia el vecino Estado de Georgia, para no caer en manos del general federal Wilson, que estaba penetrando profundamente en el interior de Alabama.
Al acabar la guerra, su familia quedó en la ruina más absoluta. Incluso, su marido murió sólo siete meses después de acabado el conflicto.
Juliet, todavía poseía una casa en Nueva York, que no habían vendido cuando fundaron los hospitales. Allí se trasladó, pero tuvo que vivir muy pobremente.
Posteriormente, se trasladó a la casa de su hija adoptiva, también llamada Juliet, donde vivió hasta su fallecimiento, en 1890, con 71 años.
Considerando la fama que había tenido en los Estados del Sur, fue enterrada, con honores militares en el famoso cementerio nacional de Arlington.
Su cuerpo reposa en una tumba, junto a su yerno,  yerno, el general Romeyn Beck Ayers, un militar del Ejército federal, que murió un año antes que ella.
Parece ser que su ataúd fue llevado a hombros por miembros del Congreso del Estado de Alabama.
En 1987, fue colocada una lápida de mármol, indicando el lugar exacto donde se halla su tumba.
En 1999, su figura se incluyó dentro del Salón de la fama de las mujeres del Estado de Alabama.
Para terminar, me gustaría señalar algunas de las innovaciones médicas surgidas durante esa guerra.
Como no había manera de parar las infecciones, comúnmente, se procuraba amputar el miembro afectado, antes de que contagiara el resto del cuerpo. Por ello, se vieron miles de mutilados, tras la guerra.
También, como se solía utilizar el cloroformo como anestesia y esta sustancia era escasa, debido al bloqueo marítimo, los médicos confederados inventaron el inhalador, por el que se conseguía el mismo fin, pero ahorrando una gran cantidad de ese producto.
Las heridas en el pecho solían acabar con la muerte del paciente. Sin embargo, un médico militar inventó un procedimiento por el que aplicaba unas vendas de hilo, sujetas por unas suturas metálicas y todo ello empapado en colodión. Con ello, se formaba una especie de capa que cerraba esa zona herméticamente.
Tampoco se olvidaron de los soldados desfigurados en la guerra. Un cirujano de Nueva York probó a reconstruir la carta de un soldado hospitalizado y logró un resultado bastante aceptable. Más tarde, consiguieron restituir un aspecto más parecido al original a otros 32 soldados con sus rostros desfigurados por la guerra.
Incluso, se consiguió organizar un elemental sistema de evacuación de los heridos hacia los hospitales a través de caravanas de ambulancias. Además, enviaban el material médico necesario a través de la red ferroviaria. Algo que no se había realizado hasta esa fecha.
Espero que os haya gustado este artículo, que, además, me ha salido bastante cortito.

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