ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

viernes, 22 de diciembre de 2017

KNUT HAUGLAND, UN ESPÍRITU AVENTURERO

Como siempre, buscando por esta enorme enciclopedia, que es Internet, cuando vas buscando una cosa, de repente, te das de bruces con otra.
Incluso, a veces,  te resulta tan interesante que no te queda más remedio que aparcar un momento lo que estabas haciendo para meterte de lleno en esta nueva historia.
Nuestro personaje de hoy fue un noruego llamado Knut Haugland y nació en 1917 en un pequeño pueblo del sur de ese país, dentro de la provincia de Telemark. Seguro que os suena de algo ese nombre.
Nació en un hogar modesto, donde su padre fue carpintero, mientras que su madre fue ama de casa.
En 1938 ingresó en el Ejército de Noruega y fue destinado a hacer un curso como radiotelegrafista.
Como todos sabemos, en 1939, comenzó la II Guerra Mundial. Alemania estaba muy interesada en la producción de mineral de hierro, procedente de las minas de Suecia.
Debido al clima de esos países, en verano, es posible transportar ese mineral hasta Alemania a través del Báltico. En cambio, en cuanto que llega el invierno, ese mar suele helarse y entonces utilizan otras formas de hacerlo. Una de ellas es llevarlo hasta el puerto noruego de Narvik, que no suele helarse, y desde allí embarcarlo hacia Alemania.
De esto se dieron cuenta enseguida los aliados, así que, a pesar de la neutralidad de Noruega, planificaron una operación para tomar ese puerto a fin de bloquear esos envíos de mineral.
Precisamente, los alemanes, también tuvieron la misma idea de asegurar ese puerto e invadieron Noruega  a pesar de que ese país se había declarado neutral.
La lucha fue encarnizada, porque en ella, por un lado, participaron franceses, británicos, noruegos y polacos, y por el otro, los alemanes. Precisamente, muchos de los soldados que llevaron los franceses eran republicanos españoles que se habían exiliado en el vecino país.
Los aliados consiguieron la victoria, pero todo se fue al traste cuando se enteraron de que los alemanes estaban invadiendo Francia y que los aliados no eran capaces de contenerlos. Así que dieron la orden de reembarque con la intención de utilizar esas tropas en Francia.
Desgraciadamente, dejaron solo al pequeño Ejército noruego, el cual fue una presa demasiado fácil para los alemanes. Incluso, el general noruego Fleischer, que fue el artífice de la anterior victoria sobre los alemanes en Narvik, tuvo que exiliarse, junto con el resto del gobierno noruego. Posteriormente, se suicidó.
Volviendo a nuestro personaje, fue desmovilizado, tras la derrota y ocupación alemana. Así que se tuvo que buscar la vida y se puso a trabajar en una fábrica de aparatos de radio, situada en las afueras de la capital, Oslo.
Por supuesto, enseguida se puso en contacto con la Resistencia y participó en algunas de sus operaciones, estando a punto de ser detenido en varias ocasiones.
Como ya le estaban buscando por todo el país, no le quedó otra que huir hacia el Reino Unido a través de la neutral Suecia.
Ya en territorio británico, se enroló dentro de los prestigiosos comandos del SOE, donde recibió preparación militar para operaciones especiales.
Durante la II Guerra Mundial hubo muchos avances en algunos campos científicos. Desgraciadamente, en uno de los que más se avanzó fue en el de la energía atómica.
Se sabía que, antes de la guerra, había varios países interesados en la investigación en ese campo. Parece ser que en Alemania tenían mucha ventaja sobre los demás.
Lo que ocurrió es que, tras el ascenso de Hitler al poder, muchos de los investigadores alemanes
salieron huyendo de su país por ser judíos o por mantener unas ideas contrarias al nazismo. Así fue cómo, de repente, se avanzó mucho en este campo en USA, adónde habían emigrado la mayoría de ellos.
Uno de los componentes fundamentales de la bomba atómica era un ingrediente llamado agua pesada, que está formada un tipo especial de hidrógeno, llamado 
deuterio. Se suele utilizar para refrigerar los reactores nucleares.
Ciertamente, no se sabe si a los científicos alemanes les faltó este ingrediente, no tuvieron el suficiente para construir una bomba o, simplemente, hicieron lo posible para boicotear este proyecto, haciendo que no saliera adelante. Entre los expertos, hay mucha discusión al respecto. Parece ser que, entre los científicos alemanes, había muchos que eran contrarios a la política de Hitler.
El agua pesada la obtenían en Noruega, donde ya existía una fábrica de este producto, llamada Norsk Hydro, que se había fundado antes de la guerra. Sin embargo, el uranio lo podían extraer de las minas existentes dentro de Alemania. Así que estaba muy claro que uno de los objetivos principales de los aliados era destruir esa fábrica en Noruega.
Así, el 19/10/1942, Knut, saltó en paracaídas sobre Noruega, junto con otros tres compatriotas más. Lógicamente, la misión de nuestro personaje era servir como radiotelegrafista del grupo.
Aunque el avión les dejó en una zona muy alejada de su objetivo, que era esa fábrica de agua pesada, consiguieron llegar hasta allí por medio de sus esquíes.
Un mes después, los británicos, enviaron un grupo de paracaidistas para apoyarles en esa acción. Desgraciadamente, a causa del temporal, los planeadores donde viajaban estos soldados chocaron contra el suelo. Los que no murieron al instante, fueron detenidos y luego fusilados por los alemanes.
A mediados de febrero de 1943, les volvieron a enviar refuerzos. Esta vez se trataba de 6 comandos
noruegos, que tuvieron más éxito que los británicos. Aunque fueron lanzados en paracaídas en una zona alejada de los otros noruegos, consiguieron contactar con ellos.
A pesar de que los alemanes habían reforzado la vigilancia en torno a esa fábrica, este grupo no tuvo excesivos problemas para entrar en ella. Incluso, recibieron la ayuda del personal de la misma.
Así que pusieron una serie de cargas explosivas, que consiguieron hacer volar varios depósitos de esa fábrica.
La operación fue todo un éxito. Incluso, los 6 comandos llegados del Reino Unido, consiguieron volver a ese país, esquiando a través de Suecia. Mientras que los otros 4, se quedaron en Noruega para ir preparando nuevos sabotajes.
Tras detectar que la fábrica había conseguido reparar sus daños, en noviembre, enviaron nada menos que 143 aviones USA, que lanzaron su mortífera carga sobre ella. Increíblemente, de más de 700 bombas lanzadas, sólo unas 100 dieron en el blanco.
Considerando los daños recibidos, los alemanes, optaron por llevarse esa fábrica, junto con los barriles conteniendo agua pesada a territorio alemán, donde pensaban que estarían mejor protegidos.
En el verano de 1943, nuestro personaje regresó al Reino Unido, llegando a una base en Escocia, donde recibió más formación sobre unos nuevos transmisores de radio. Parece ser que allí fue donde conoció al aventurero Thor Heyerdahl, el cual le contó sus teorías sobre las migraciones de los pueblos polinesios a América y viceversa.
Knut volvió a su país y aunque fue detenido por la peligrosa Gestapo, logró escapar y dirigirse a Oslo. Allí se dedicó a formar a otros voluntarios en el uso de las emisoras de radio. En una ocasión fue detectado, cuando transmitía con su emisora en el ático de un hospital ginecológico. El edificio fue rodeado por la Gestapo, pero, afortunadamente, logró escapar indemne.
Siguió durante el resto de la II Guerra Mundial en Noruega, donde colaboró en todo tipo de sabotajes contra las fuerzas alemanas de ocupación. Después, volvió al Reino Unido, tras haber organizado en su país una red de 110 estaciones de radio

A principios de 1944, cuando los nazis transportaban por barco el agua pesada desde Noruega hasta Alemania, un comando logró hacer explotar unas cargas, con lo que la nave se hundió y no pudieron recuperar esos bidones, los cuales siguen estando en el fondo de ese lago. Desgraciadamente, esta operación causó la muerte de 14 noruegos, que viajaban tranquilamente en esa nave.
Este episodio se puede ver en la famosa película “Los héroes de Telemark”, estrenada en 1965 y protagonizada por el célebre actor Kirk Douglas. Seguro que casi todos habremos visto esta película, porque la han puesto muchas veces en la tv.
En la posguerra fue oficial ayudante del inspector general de transmisiones militares de Noruega.
En 1947 consiguió un permiso para formar parte de la tripulación de la famosa balsa Kon-Tiki, capitaneada por Thor Heyerdahl. Este científico basaba su teoría de  que los primeros pobladores de la Polinesia habían venido por vía marítima, desde América del sur, en que los dioses de ambos pueblos indígenas tenían unos nombres muy parecidos y en que los tipos raciales también eran muy similares.
Precisamente, el nombre de Kon-Tiki fue usado tanto por los incas como por los nativos de algunas islas de la Polinesia para llamar a uno de sus dioses, cuyas imágenes, además, se parecían mucho.
Parece ser que su idea de que los indios de América podrían haber navegado por el Pacífico fue muy pronto echada abajo por los científicos más reconocidos, alegando que una balsa tan sencilla se hundiría muy pronto en el mar.
Así que no les daban importancia a las descripciones hechas por los conquistadores españoles sobre las balsas utilizadas habitualmente por los indios.
Eso constituyó todo un desafío para Heyerdahl, así que no se lo pensó más y reunió una tripulación compuesta por otros cinco tripulantes, fabricaron una pequeña embarcación a base de cortar y atar varios troncos de madera de balsa de un árbol macho. Una madera que flota muy bien, porque pesa muy poco.
Lo cierto es que la balsa empezó su singladura el 28/04/1947 desde el puerto de El Callao (Perú). Enseguida se dieron cuenta de que la balsa era prácticamente ingobernable y sólo podrían confiar en la fuerza de las corrientes marinas y los vientos.
Parece ser que las latas de conservas que llevaron se les estropearon, al mojarse con el agua salada. En cambio, tuvieron más suerte con  la pesca, que fue casi su único alimento durante todo el trayecto. El agua que llevaban también se les estropeó, pero tuvieron suerte, ya que pudieron recoger la de la lluvia que les fue cayendo durante el viaje.
También tuvieron que sufrir los efectos de los habituales temporales del Pacífico. Las olas pasaban por encima de la nave, así que los tripulantes tuvieron que atarse a los troncos para no ser expulsados de la cubierta.
En más de una ocasión, tuvieron que sufrir ataques de tiburones hambrientos con ganas de llevarse algo a sus fauces.
Una de las cosas más curiosas es que consiguieron contactar por radio con su país, a pesar de tener un aparato con muy poca potencia y hasta felicitaron a su rey, con motivo de su cumpleaños.
La aventura duró nada menos que 101 días, durante los cuales recorrieron unos 7.000 km, hasta que llegaron a una isla de la Polinesia llamada Tuamotu. Concretamente, encallaron en el arrecife que rodea una parte de esa isla, que sigue perteneciendo a Francia.
Por fin, los tripulantes, saltaron de la nave para llegar a la playa. Allí cogieron unos cuantos cocos y, tras haber comido, se tumbaron a descansar en la arena.
Al rato, aparecieron por allí unos isleños y, tras averiguar quiénes eran, les recibieron cantando “La Marsellesa”, creyendo que era también el himno del país de donde procedían estos aventureros.
Hace un par de años, se intentó hacer un viaje similar con dos balsas, las cuales llegaron en 71 días hasta la isla de Pascua. Sin embargo, en el viaje de vuelta tuvieron la mala suerte de sufrir un potente temporal, que hizo temer por las vidas de los tripulantes. Así es que fueron rescatados por un barco mercante y luego llevados a la costa de Chile por un barco de la Armada de ese país.
Volviendo a nuestro personaje, a la vuelta continuó dentro del Ejército y se dedicó a formar nuevos radiotelegrafistas. Parece ser que se jubiló siendo teniente coronel.
Posteriormente, durante muchos años fue director de los museos del Kon-Tiki y de la Resistencia noruega.
Durante toda su vida recibió condecoraciones de muchos países, incluido el suyo, por sus hechos realizados durante la II Guerra Mundial.
Fue el que vivió más años de todos los tripulantes que viajaban en la balsa, falleciendo en 2009 en Oslo.
Me gustaría destacar de este personaje que nunca perdió las ganas por vivir nuevas aventuras. Durante la guerra, estuvo muchas veces a punto de perder la vida. Sin embargo, luego se embarcó en otra nueva aventura donde ninguno de ellos sabía lo que le podría deparar la misma.
Así que me gustaría que ninguno de vosotros perdiera ese espíritu de aventura y de conocer todos los días cosas nuevas, como una forma de sentir la vida. Es un antídoto muy efectivo contra el envejecimiento.
Por eso mismo, os deseo a todos

¡¡¡UNA FELIZ NAVIDAD Y QUE DISFRUTÉIS PLENAMENTE EL AÑO 2018 COMO SI FUERA EL PRIMER AÑO DE VUESTRA NUEVA VIDA!!!

lunes, 18 de diciembre de 2017

LAS CUATRO DISOLUCIONES DE LA ARTILLERÍA ESPAÑOLA

Siempre se ha dicho que España es un país diferente. Lógicamente, esa afirmación es muy exagerada, pero se podría decir que podría ser cierta, a la vista de algunos episodios de nuestra Historia.
Para empezar, hay que saber que en la Península Ibérica fue uno de los primeros lugares de Europa donde se utilizaron cañones para la guerra. Ese fue uno de los avances que nos trajeron los musulmanes. Desgraciadamente, primero los usaron contra los cristianos en la reconquista de Sevilla. Aun así, esa ciudad fue tomada por el rey Fernando III el Santo, en 1248.
Parece ser que donde más los utilizaron los musulmanes fue en la defensa de Niebla (Huelva) en 1262.
Posteriormente, ya la utilizaron ambos bandos en los varios  sitios que sufrió la estratégica ciudad de Algeciras (Cádiz), también durante la Reconquista, durante el siglo XIV.
Con esto, sólo pretendo decir que siempre hubo una gran tradición artillera en España. Tanto en los combates en tierra como en el mar.
Más tarde, el uso de la artillería se generalizó en Europa durante la larga guerra de los Cien Años (1337-1453). Varios autores afirman que algunos nobles que lucharon en esta guerra, previamente, habían luchado en la Reconquista, en España, y ahí habían conocido el uso de esas armas de fuego.
Una vez introducidos en el tema, vamos a ver qué ocurrió en España, para que alguien tomara la decisión de suprimir nada menos que el arma de Artillería del Ejército español. Algo que hoy nos parecería absolutamente descabellado.
La Artillería española siempre ha tenido fama de tener un elevado nivel técnico. No hay que olvidar que por la Academia de Artillería, situada en Segovia, han pasado muy buenos profesores.
Entre ellos, podríamos destacar al famoso científico francés Louis Proust. Uno de los padres de la Química moderna, que estuvo unos años dando clases a los cadetes de ese centro de enseñanza militar.
Parece ser que entre ellos existían algunas tradiciones, como la que llamaban la “escala cerrada”. Esto consistía en que, al finalizar sus estudios, los nuevos oficiales hacían una solemne promesa, antes de abandonar la Academia, de no aceptar ascensos, salvo los que les correspondieran por su antigüedad en el escalafón de su Arma.
Así que, cuando en los demás Cuerpos del Ejército, los oficiales eran recompensados con ascensos por méritos de guerra, los de Artillería, sólo aceptaban condecoraciones de diversos tipos.
También, durante muchos años, los que terminaban sus estudios en  esa Academia, aparte de su despacho (título) de oficial de Artillería, también les entregaban el de ingeniero industrial, con el que también podrían trabajar en la vida civil. Por cierto, eso fue algo que nunca gustó a los ingenieros industriales civiles.
Como todos sabemos, en 1808, los miembros de la Familia Real española fueron “invitados” por Napoleón a residir en Francia, mientras que él puso a su hermano José como nuevo rey de España.
Sin embargo, mientras duró la guerra contra los franceses, España, dio un vuelco. Las Cortes se reunieron en Cádiz para proclamar que la soberanía estaba en manos del pueblo y no del rey y ellos, que eran los representantes de ese pueblo, redactaron y promulgaron en 1812 la famosa Constitución de Cádiz.
En 1814, cuando volvió Fernando VII, que sólo pensaba ser un rey absolutista, como lo habían sido sus antecesores en el trono, lo primero que hizo fue suprimir esa Constitución y todas las normas emanadas de las Cortes de Cádiz.
Sin embargo, en 1820, tras el pronunciamiento del coronel Riego a favor del liberalismo, que fue acompañado por casi todo el Ejército, no le quedó más remedio que jurar esa Constitución.
En cambio, en 1823, la absolutista Santa Alianza no quiso tolerar que en un país de Europa volviera a triunfar el liberalismo. Según ellos, eso podría poner en peligro la seguridad de Europa y volver a las guerras de los tiempos de Napoleón. Así que encargó a Francia que invadiera España para liberar al rey a fin de que volviera a reinar como un monarca absoluto.
Esas tropas, denominadas popularmente como los Cien Mil Hijos de San Luis, no tuvieron demasiados problemas para invadir España y llegaron a tomar Cádiz. Algo que nunca consiguieron las tropas de Napoleón. También hay que decir que la resistencia fue muy inferior a la de la Guerra de la Independencia.
Precisamente, la famosa Plaza del Trocadero, en París, debe su nombre a la toma del fuerte del Trocadero (Puerto Real, Cádiz), cuya conquista permitió la toma de la ciudad de Cádiz y la liberación del rey, que había sido trasladado hasta allí por los políticos liberales.
Curiosamente, el duque de Angulema, jefe de las tropas francesas que invadieron España, fue premiado con el título de Príncipe del Trocadero, por haber vencido en esta guerra.
Evidentemente, en cuanto que Fernando VII se vio libre, volvió a las andadas y esta vez ejerció una cruel represión contra todo lo que oliera a liberal. Lógicamente, lo primero que hizo fue abolir otra vez la Constitución de Cádiz. Aparte de ello, en los 10 años que le quedaban de vida, se cree que ordenó la muerte de unas 30.000 personas.
Parece ser que entendió que no podía confiar en el Ejército, por verlo demasiado liberal. Así que no se le ocurrió otra cosa que disolverlo y se quedó tan ancho.
Nada menos que unos 10.000 oficiales se quedaron en la calle y algunos de ellos pasaron muchas penurias a nivel económico.
Algo más tarde, creó unos Tribunales de Purificación, a donde deberían presentarse todos los oficiales que quisieran volver a ocupar su puesto. Evidentemente, se les hacía un estudio a conciencia y además se les pedía que probaran que eran partidarios del rey.
Parece ser que el nuevo Ejército no se llegó a organizar hasta mediados de 1831 y estaba formado solamente por los oficiales que habían sido aprobados por esos tribunales.
Esta se podría considerar la primera disolución del Arma de Artillería, aunque lo que realmente se disolvió fue todo el Ejército español.
Curiosamente, en 1823, durante la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, al ver los profesores de la Academia de Artillería de Segovia que los franceses iban a llegar muy pronto hasta ese centro militar, optaron por evacuar el mismo, dirigiéndose a la ciudad de Badajoz, que entonces era una de las ciudades con las mejores fortificaciones de España. Allí permanecieron, siguiendo con sus clases,  hasta el final de ese año, cuando recibieron la orden de regresar a Segovia.

Puede parecer extraño que unos alumnos de una academia militar tuvieran que huir de allí, pues, en principio, su centro no parecía un importante objetivo militar. Sin embargo, durante la Guerra de la Independencia, los generales franceses, mandaron un destacamento de sus mejores tropas a la Academia para requisar los manuales que se utilizaban en la misma. No olvidemos que Napoleón era un oficial de Artillería y sabía que allí se custodiaban los manuales más avanzados de la época, que trataban sobre ese tema.
Por otra parte, tampoco deberíamos de olvidar que la Academia de Artillería de Segovia es el centro de enseñanza militar que lleva más tiempo en funcionamiento, a nivel mundial. Ya ha cumplido 250 años, pues fue creada en 1764.
Para comprender cómo tuvo lugar la segunda disolución de la Artillería española, creo que deberíais de leer mi anterior artículo, dedicado a la sublevación del Cuartel de San Gil.
En resumen, en 1866, los progresistas, liderados por el general Prim, decidieron dar un golpe de Estado para intentar hacer abdicar a la reina Isabel II.
Parece ser que había mucho malestar entre los suboficiales por el trato que les daba el Gobierno, así que los golpistas les atrajeron con mucha facilidad.
El único oficial de ese cuartel que se puso del lado de los golpistas fue el capitán de Artillería Baltasar Hidalgo de  Quintana Trigueros, el cual puso a los suboficiales en contra de sus mandos. Así que, cuando empezó la sublevación, los oficiales pretendieron defenderse y los suboficiales los mataron a casi todos.
Como también entregaron armas a muchos civiles, el centro de Madrid se convirtió en un campo de batalla, donde llegaron a combatir hasta los capitanes generales. Tras la derrota de los sublevados, vino la consiguiente represión que dio lugar a que 66 personas fueran juzgadas y ejecutadas.
Aunque no pudieron capturar a ese capitán, sin embargo, los oficiales de Artillería siempre le consideraron como el responsable de la muerte de sus compañeros.
Tras la revolución de 1868, volvió a España y siguió con mucho éxito su carrera militar. Seguramente, mucho tuvo que ver en ello estar emparentado de uno de los políticos más importantes del momento, Joaquín Aguirre.
En 1873, se le destinó a Cataluña, como general de división, para combatir en la guerra contra los carlistas. Así que, en cuanto se enteraron los oficiales artilleros, se dedicaron a enviar solicitudes de baja al Ministerio de la Guerra.
Ruiz  Zorrilla, que entonces era el Presidente del Gobierno, se escandaliza por esta actitud y no se le ocurre otra cosa que reorganizar la Artillería partiéndola en dos. Creando una escala facultativa, que se dedicaría a las tareas de tipo técnico, y otra táctica, que sería la que se dedicaría a combatir en el frente.
De esa manera, pondría en la calle a la mayoría de los oficiales, porque se necesitarían muy pocos para esas tareas técnicas. Por el contrario, ascendería a los suboficiales a oficiales, para ocupar esos puestos que habrían quedado vacantes. Aparte de que cedería muchas de las instalaciones de ese Cuerpo a los de Infantería y Caballería.
Este Real Decreto lo presenta Ruiz Zorrilla al rey Amadeo I de Saboya. Sin embargo, éste como buen militar, se lleva las manos a la cabeza, porque no puede creer lo que ve.
No obstante, al final, lo firma, porque el presidente le amenaza con la dimisión de todo el Gobierno en bloque. El monarca, tras haber firmado ese documento, le comunica que esa ha sido la gota que ha colmado el vaso y que abdica y se vuelve a Italia.
Ese mismo día, tras la marcha de los reyes camino de Italia,  las Cortes proclaman la I República española, aunque los que menos había en ese parlamento eran republicanos.
En septiembre de 1873, tras la llegada de Emilio Castelar a la presidencia del Gobierno de la I República, se restaura el Arma de Artillería, tal y como estaba antes de la “ocurrencia” de Ruiz Zorrilla. Algo que a Castelar le agradecieron todos los artilleros. Incluso, desfilaron en su comitiva fúnebre, el día de su entierro.
Ahora nos encaminamos a la tercera disolución de la Artillería. Parece ser que en 1891, la Junta Central del Cuerpo de Artillería, decidió recoger en un documento encuadernado las firmas de todos los oficiales, donde se oponían a cualquier tipo de ascenso, que no fuera por riguroso turno, dentro del escalafón de ese Cuerpo.
Eso es lo que se ha denominado la “escala cerrada” y, por lo que se ve, es algo que prometían todos los artilleros, cuando acababan sus estudios en la Academia. Creo que algo parecido hacían también los de Ingenieros.
En septiembre de 1923, el general Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, dio un golpe de Estado incruento y se hizo con todo el poder. Imponiendo una dictadura militar en España.
Parece ser que en 1926 uno de los muchos pelotas que hay en los ministerios, le dijo que iba a hacer las gestiones necesarias para darle el título de “coronel honorario de Artillería”, algo que le alegró mucho. Lo que ocurrió es que, cuando los oficiales artilleros se enteraron de ello, se opusieron en bloque a ese proyecto y, como sabemos,  esas cosas no les gustan nada a los dictadores.
Así que, unos días después, firmó un Real Decreto por el que se liberaban a los militares de cualquier promesa que hubieran firmado, obligándoles a aceptar las medallas y los ascensos concedidos por cualquier medio. Estaba muy claro a quién iba dirigida esta “flecha”.
A pesar de las protestas de los artilleros, al mes siguiente, se aprueban las normas por las que se concederán los ascensos en el Ejército.
Todo esto sólo hizo que presentara su dimisión el jefe de la Sección de Artillería del Ministerio
de la Guerra. Así que, en agosto,  su sucesor en el cargo, intentó hacer ver al dictador las inquietudes de la Artillería, pero éste no quiso escucharle. Después de varias reuniones, Primo de Rivera, ordenó el arresto domiciliario de ese militar.
A principios de septiembre, aparecen publicados en lo que ahora se llama el Boletín Oficial del Estado, dos Reales Decretos, que parecen increíbles para un país civilizado.
En el primero de ellos se declara el estado de guerra en todo el territorio nacional. En el segundo, se da la orden para una nueva disolución del Arma de Artillería. Los únicos no afectados por este decreto son los que se hallan en Marruecos,  luchando en la Guerra de África. Incluso, se cierra la Academia de Artillería.
Parece ser que el traspaso de las instalaciones a otras unidades se hizo de forma pacífica. Sólo hubo dos excepciones. En la ciudadela de Pamplona se registró un pequeño tiroteo, que costó las vidas de un oficial y un soldado de Artillería.
En la Academia de Segovia, el claustro de profesores, encabezado por el director de la misma, se negaron a entregar esas instalaciones al gobernador militar de esa plaza. Tras unas cuantas horas de discusiones, llegaron a convencerlos y salieron de allí. No obstante, tuvieron que responder ante un consejo de guerra, que condenó a muerte al director de la Academia y a diversas penas al resto de los profesores. Posteriormente, la pena de muerte le fue conmutada por el rey por la de cadena perpetua.
Parece ser que esta nueva disolución, que produjo la expulsión de todos los oficiales de este Arma, les supuso graves problemas económicos a estos. Afortunadamente, a mediados de noviembre de 1926, se publicó un nuevo Real Decreto, donde se invitaba a todos los oficiales, que así lo decidieran, a reingresar en el Ejército.
Obviamente, a partir de ese momento, el personal del Arma se encontraba muy desanimado a pesar de que la propia Academia reinició sus cursos en enero de 1927.
Evidentemente, cambiaron el cuadro de profesores por otro más afecto al dictador. Aparte de ello, los nuevos cadetes no harían todos sus 5 años de estudios en la Academia de Artillería, sino tres en la General y dos en la de cada Cuerpo o Arma , pasando la de Artillería a ser solamente un centro militar y, en menor medida,  un centro técnico, como lo había sido hasta ese año.
Parece ser que el mismo Primo de Rivera pasó ese año por la Academia para presidir el acto de la entrega de despachos a los nuevos tenientes, junto al ministro de Instrucción Pública, que les entregaría los títulos de ingenieros industriales, como se solía hacer entonces.
En un momento de distensión, estuvo charlando con el nuevo director de la Academia y le preguntó si los nuevos tenientes habían vuelto a firmar la famosa promesa de no aceptar los ascensos. El otro le dijo que no, pero no era cierto, porque el número 1 de la promoción había ido recogiendo las firmas de los demás y tenía el documento custodiado en su taquilla.
Volviendo a nuestro tema, a finales del año 1928, se monta un complot contra el régimen, dirigido por el político, José Sánchez Guerra. Parece ser que la idea era que la sublevación se iniciara en Valencia, donde él pensaba que contaría con la colaboración del capitán general de esa región militar.
El intento de golpe se dio el 29/01/1929, pero fue un fracaso total. Ninguna unidad se sublevó, salvo el regimiento de Artillería destinado en Ciudad Real. Supongo que lo haría por no haber recibido las noticias sobre el golpe. Así que, desde Madrid, enviaron unas tropas para sofocar esa sublevación y detener a todos los mandos implicados en ella. También se detuvo en Valencia a Sánchez Guerra, porque se negó a huir al extranjero. Incluso, el capitán general de Valencia fue relevado de su puesto. El regimiento fue dado de baja por orden gubernamental.
Así que a mediados de febrero de 1929, el dictador, publicó otro Real Decreto, con la firma del rey, por supuesto, donde se disolvía de nuevo el Arma de Artillería. No obstante, en la misma norma se indicaba que todos los oficiales interesados en regresar a su puesto tendrían que solicitarlo antes del 1 de junio de ese año y jurar su adhesión al rey y al Gobierno de la dictadura.
Mientras tanto, esos militares, otra vez tuvieron que buscarse el pan, dando clases de ciencias en escuelas y academias privadas o preparando a los opositores.

Esta vez no se dictó ninguna pena de muerte, sino condenas de cárcel para los sublevados, las cuales fueron, posteriormente, rebajadas y luego amnistiados, con la llegada del nuevo gobierno del general Dámaso Berenguer.
Espero que os haya gustado, aunque creo que me ha quedado un poco largo.

viernes, 15 de diciembre de 2017

LA SUBLEVACIÓN DEL CUARTEL DE SAN GIL

Muchas veces, cuando paseamos por una ciudad con tanta historia como Madrid, no tenemos en cuenta que, en ciertos lugares de la misma, se produjeron hechos que cambiaron la Historia de España. Hoy vamos a hablar de uno de ellos.
Esta vez, nos vamos a situar en la segunda mitad del siglo XIX. En 1865, a causa de la crisis, la Hacienda española sufre un gran déficit, que cada año va a más.

Parece ser que, en este contexto,  el Gobierno publicó que se quedaría con un 75% de los bienes del Patrimonio Real y cedería el resto a la reina Isabel II. Lógicamente, eso motivó una ola de elogios, por parte de los parlamentarios moderados, o sea, lo que ahora llamaríamos conservadores, que eran los del partido en el poder.
Sin embargo, el famoso político republicano Emilio Castelar, que tiene una estatua en el Paseo de la Castellana y que también era catedrático de Historia, publicó dos artículos, donde atacaba esta “donación”, al considerar que la reina se apropiaba de unos bienes que eran de todo el Estado.
Como era de esperar, esos artículos no tardaron en ser censurados. Sin embargo, como ocurre hoy en día, también llegaron al pueblo en forma de pasquines que se repartían por todas partes.
Evidentemente, eso encolerizó al Gobierno y le ordenó al rector de la antigua Universidad Central de Madrid, que destituyera fulminantemente a Castelar de su puesto en la misma.
Como el rector, Juan Manuel Montalbán, en un gesto que le honra, se negó a cumplir esa orden, el ministro no tardó en cesarlo y también a Castelar de su cátedra en esa Universidad. Aparte de que se dictó una orden de captura y prisión contra Castelar.

Por lo visto, la cosa se estaría poniendo muy fea, porque el Gobierno llegó a declarar el estado de guerra, para prevenir altercados de todo tipo. No hay que olvidar que, en aquella época, era normal ver gente armada por la calle.
A partir de ahí, se desarrollaron unos hechos cada vez más graves. Por una parte,  el Gobierno nombró a uno de sus partidarios para ocupar ese puesto de rector, que había quedado vacante.
Por otro lado, los alumnos y la mayoría de los profesores de esa Universidad se solidarizaron con los represaliados y empezaron las protestas.
Aparte de ello, varios catedráticos dimitieron de sus puestos. Los más conocidos fueron Nicolás Salmerón y Miguel Morayta. El primero es famoso por haber sido uno de los presidentes de la I República y el segundo por haber
escrito una Historia de España, que fue muy famosa, en su tiempo.
No obstante, a pesar de las amenazas del ministro de la Gobernación, los estudiantes convocaron una serenata en la Puerta del Sol, en apoyo de los profesores represaliados.
A la marcha de los estudiantes hacia la Puerta del Sol, se les unieron obreros y miembros del Partido Progresista, que, en ese momento, estaba en la Oposición.
Siguiendo las instrucciones del ministro de la Gobernación, la Guardia Civil, junto con unidades de Caballería y de Infantería, que les estaban esperando en la Puerta del Sol, cargaron contra los manifestantes, disparándoles y utilizando la bayoneta calada. Parece ser que la mayoría de los disturbios tuvieron lugar en la calle Montera, a la altura del número 32, donde estaba entonces la sede del Ateneo.En ese enfrentamiento se produjeron 14 muertos y 193 heridos. Curiosamente, la mayoría de las víctimas ni siquiera eran manifestantes, sino gente que circulaba por la plaza en ese momento. Este acontecimiento es conocido como la Noche de San Daniel.
Parece ser que las consecuencias de estos hechos llegaron hasta el Consejo de Ministros, donde se enfrentaron directamente el ministro de Gobernación, Luis González
Bravo, con el de Fomento, Antonio Alcalá Galiano. El resultado fue que a este último, en la mitad de la discusión, le dio una angina de pecho que le llevó a la tumba.
Todos estos acontecimientos provocaron una gran crisis política, que llevaron a la caída del gobierno de Narváez.
Hasta entonces, la gente pensaba que el problema no era la reina Isabel II, sino los políticos que formaban sus gobiernos. De ahora en adelante, empezó a pensarse que la única manera de hacer progresar al país era obligar a la reina a dejar el trono.
A mi modo de ver, Isabel II, que era una reina, que nunca estuvo preparada para asumir tal responsabilidad, tenía una mentalidad muy conservadora. Así que, prácticamente, nunca permitió que los progresistas o liberales llegaran al Gobierno. De esa manera, a estos no les quedó otra que conspirar continuamente contra ella.
Esta vez, la reina ofreció al Gobierno al general O’Donnell y éste le ofreció un puesto en el mismo al general Prim. Sin embargo, el partido progresista no se dejó engañar y prefirió seguir como hasta entonces. O sea, sin participar en la política y denunciando la ilegitimidad de los gobiernos de turno.
La situación económica se agravó tras conocerse la crisis en el sector de los ferrocarriles, que también hizo caer a algunos Bancos. Parece ser que se habían efectuado fuertes inversiones en el tráfico ferroviario, pero la gente no solía utilizarlo porque los billetes eran muy caros y porque todavía no se tenía la costumbre de viajar.
Esta vez, la idea fue realizar un movimiento, donde se concentraran civiles y militares, cuyo claro objetivo era expulsar a Isabel II del trono de España. El cabecilla de ese movimiento fue el famoso general Prim. También se hallaba Sagasta entre los políticos que se unieron a ese movimiento.

La idea era comenzar el 26 de junio de 1866. La primera unidad en sublevarse tendría que ser la Artillería, que estaba destinada en el cuartel de San Gil y a ésta se uniría otra unidad de Infantería, radicada en el antiguo y famoso Cuartel de la Montaña. Ambas situadas en zonas muy próximas al Palacio Real.
El cuartel de San Gil estaba en la calle Leganitos, la cual llegaba entonces, aproximadamente, hasta donde está el monumento a don Quijote y Sancho Panza, en la Plaza de España. O sea, el cuartel ocupaba la mitad de lo que es  ahora  la Plaza de España.
Mientras que el cuartel de la Montaña estaba situado donde ahora se halla el Templo egipcio de Debod, dentro del Parque del Oeste.
Parece ser que los insurrectos no tuvieron mucha suerte a la hora de convencer a los oficiales. Así que se dedicaron a atraerse a los suboficiales y a la tropa.
El nerviosismo llegó a tal punto que, por miedo a ser descubiertos, en el Cuartel de San Gil, decidieron comenzar la sublevación 4 días antes de lo acordado. Parece ser que el único oficial de ese cuartel que se unió a los sublevados fue el capitán Baltasar Hidalgo de Quintana y Trigueros, que era seguidor del general Prim y fue el que los convenció para que se sublevasen contra sus propios mandos.
Ocurría que en el seno de la Artillería había un profundo descontento entre los suboficiales, motivado porque los oficiales no permitían el ascenso de los primeros, pretextando que no tenían la formación suficiente al no haber pasado por la Academia de Artillería. No hay que olvidar que uno de los requisitos para estudiar en esa Academia era que los padres del alumno fueran nobles.
La idea de los suboficiales sublevados era apresar a los oficiales de guardia y encerrarlos en el cuartel para seguir con la sublevación por la calle. Sin embargo, parece ser que un teniente se defendió, disparando con su arma y eso provocó una matanza, donde murieron varios oficiales y suboficiales.

No pudieron matar a todos los oficiales, así que dos de ellos, que resultaron heridos, consiguieron escapar y llegar hasta el Ministerio de la Guerra, situado junto a Cibeles, donde avisaron de lo ocurrido en su cuartel.
Posteriormente, se dedicaron a repartir armas entre los milicianos, lo que hizo que se produjeran tiroteos por algunos lugares céntricos de Madrid.
La situación se convirtió en caótica, y así siguió durante todo el día. El Alto Mando del Ejército tuvo que emplearse a fondo para luchar contra los insurrectos. Se pudieron ver por las calles hasta 5 capitanes generales  y 3 tenientes generales luchando contra los sublevados.

El mismo general Serrano tuvo que salir apresuradamente de su casa en la calle Barquillo y se dirigió a un cuartel de Artillería, situado frente al Retiro a fin de ponerse al frente de esas tropas.
Los rebeldes también fracasaron en su intento de asaltar el Palacio Real, bien defendido por unidades de la Guardia Real, que habían recibido refuerzos de otras unidades próximas.
La sublevación fracasó, porque no se unió ninguna otra unidad al regimiento de Artillería del Cuartel de San Gil. Así que fueron retrocediendo hasta su base.
El propio general Serrano se puso al mando de las tropas que fueron cercando a los insurrectos, cuyo último foco de resistencia fue el mencionado Cuartel de San Gil. Tuvieron que utilizar la Artillería y al día siguiente lo asaltaron las fuerzas al mando del marqués del Duero. Otro al que también le han dedicado una estatua en el Paseo de la Castellana.
Parece ser que  la rebelión se convirtió en una auténtica masacre. Hubo unos 200 muertos y 300 heridos. Aparte de ello, se apresaron a unos 1.750, entre civiles y militares.
En pocas palabras, el centro de Madrid se convirtió en un auténtico campo de batalla, con muchas calles bloqueadas por medio de barricadas.
Entre los políticos, las alarmas se encendieron cuando comprobaron el alcance de este movimiento insurreccional. Se le llegó a calificar como de una “revolución social”. Algo que, según decían, había que cortar de cuajo.
Realmente, la represión fue brutal y al saberse  que la reina estaba empeñada en fusilar a todo el que hubieran pillado empuñando un arma, esto sólo valió para aumentar la antipatía popular hacia ella y los Borbones.
Parece ser que, en los días posteriores, fueron fusiladas 66 personas. La mayoría de ellos suboficiales y soldados del Cuartel de San Gil. Previamente, les hicieron un consejo de guerra en un cuartel de Ingenieros, que se hallaba enfrente de la puerta principal del Parque del Retiro.
No obstante, también fusilaron al antiguo general carlista, Juan Ordóñez de Lara, que les había estado disparando desde la
 ventana de un edificio.
Las ejecuciones tuvieron lugar delante de  una tapia, que había tras una antigua plaza de toros, que estaba situada junto a la Puerta de Alcalá. Más o menos, donde empieza la calle Serrano y ahí los fusilaron.
Llama la atención la crueldad mostrada por la reina, algo que no era muy normal en ella. No sé si tendría algo que ver que en esos sucesos alguien mató al coronel Federico Puig Romero, que era el jefe de ese regimiento de Artillería.
La verdad es que sigue sin saberse cómo fue el asunto, ni quien lo mató. Sin embargo, las autoridades dijeron que, entre los fusilados estaba el que mató a este militar. La singularidad de este militar es que se cree que fue uno de los múltiples amantes de la reina y hasta dicen las malas lenguas que podría ser el padre del rey Alfonso XII y no Puigmoltó, como se venía afirmando habitualmente. Parece ser que existe una carta de Alfonso XII a los hijos de Puig, donde les llama “hermanos”. Incluso, la reina, otorgó más ayudas a la familia de este coronel, que a las del resto de los oficiales muertos en ese suceso.
Estos hechos provocaron la caída del general O’Donnell y el regreso al Gobierno del general Narváez. Parece ser que el primero no se llevaba muy bien con la reina.
La cosa no acabó aquí, sino que continuó teniendo trascendencia a lo largo del tiempo. Antes he mencionado que el único oficial de Artillería que se puso del lado de los sublevados fue el capitán Baltasar Hidalgo de Quintana.
Evidentemente, esto nunca se lo perdonaron sus antiguos compañeros y siempre lo consideraron responsable de la muerte de esos jefes y oficiales a manos de los sublevados. Parece ser que, como logró escapar, desde el exilio, escribió una carta explicándoles los motivos por los que se había sublevado, pero así y todo no le perdonaron.

En 1868, tras el éxito de la Gloriosa, liderada por Prim, Serrano y Topete, regresa a España, donde es ascendido a coronel y también se le nombra ayudante de Prim. Precisamente, estuvo luchando en la famosa batalla de Alcolea, a las órdenes del general Serrano. Poco a poco va ascendiendo, llegando en 1872 a mariscal de campo, equivalente a general de división.
Con la llegada al trono del rey Amadeo I de Saboya es nombrado capitán general del País Vasco y Navarra. Parece ser que en ese destino volvió a coincidir con algunos antiguos compañeros artilleros y surgió el conflicto.
De hecho, Hidalgo, se enfadó mucho cuando vio que no se presentó ningún artillero a su toma de posesión en su sede de Vitoria. Así que dimitió de su cargo.
En 1873, fue destinado a Cataluña como mariscal para combatir en las guerras carlistas y tenía mando directo sobre unidades de Artillería.
Aunque parezca mentira, el nombramiento de Hidalgo cayó tan mal entre sus antiguos compañeros que se pusieron todos de acuerdo, salvo los que se hallaban de servicio en las colonias,  para pedir la dimisión o el retiro. Hasta el director general de Artillería dimitió de su puesto.
Incluso,  la misma Academia de Artillería, situada en Segovia, cerró sus puertas y, durante un tiempo, los cadetes siguieron recibiendo sus clases en un palacete cedido por un noble, aunque acudían todos vestidos de paisano.
Esto era más importante de lo que pudiera parecer a primera vista, porque los artilleros eran a la vez los ingenieros industriales que diseñaban y fabricaban las armas utilizadas por el Ejército.
Así que los artilleros amenazaron al Gobierno y a éste, presidido por Ruiz Zorrilla,  no se le ocurrió otra cosa que proponerle al monarca que disolviera la Artillería. Parece ser que esto fue la gota que colmó el vaso y, acto seguido, el monarca abdicó y regresó a Italia.
Durante la I República, a Hidalgo no le fue mal y  ocupó varias capitanías generales. Precisamente, durante este periodo republicano, fue Emilio Castelar el que restableció el Cuerpo de Artillería tal y como estaba antes de esa disolución. Parece ser que, cuando erigieron su estatua en el Paseo de la Castellana, los artilleros encargaron que se le colocara un cañón, como agradecimiento de la Artillería.
Sin embargo, tras la llegada de Alfonso XII, la cosa fue a peor. No sé si sería porque le culpaba de la muerte del coronel Puig.

El Gobierno ordenó su apresamiento y su encierro en varias cárceles militares. Así estuvo, de un lado para otro, durante todo el reinado de Alfonso XII.

Sin embargo, durante la regencia de María Cristina, viuda de Alfonso XII, la situación cambió radicalmente. Volvieron a darle puestos de importancia y hasta consiguió ser ascendido a teniente general. Además fue presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina y también, durante varios años, fue senador por la provincia de Badajoz. Murió en 1903.