ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

domingo, 19 de marzo de 2017

DIEGO DE VALERA, DIPLOMÁTICO E HISTORIADOR AL SERVICIO DE LOS REYES DE CASTILLA.



Esta vez traigo al blog a un personaje tan desconocido que ni siquiera he encontrado alguna imagen suya. Así que no os la puedo ofrecer.
Nació en la ciudad castellana de Cuenca, en 1412. Era hijo de Alonso García Armíndez Chirino, de Guadalajara, que fue médico de varios reyes, como Enrique III y Juan II. Su madre fue María de Valera.
Parece ser que su padre tendría buena fama, pues fue nombrado por Juan II “alcalde y examinador de los físicos y cirujanos de sus reinos”.
Debía de ser un médico muy curioso, pues en su obra “Espejo de la Medicina”, llegó a escribir que al ser insegura la ciencia médica, no se debe acudir a ella,  salvo en casos muy apurados, siendo mejor dejar hacer a la Naturaleza.
También a mí me parece que sigue siendo muy poco segura a pesar de los grandes avances médicos, habidos en el siglo XX.
Evidentemente, esta afirmación le atrajo cientos de críticas hacia su obra, por parte de sus colegas y él les contestó con su “Replicación”.
Otras obras suyas son “Menor daño de la Medicina” y “De la sanidad y la Medicina”. Las cuales produjeron menos escándalo que la primera.
No está muy claro si Diego de Valera fue hijo legítimo o ilegítimo del médico, pues no lo cita en su testamento. También podría ser que no se llevara muy bien con él.
Sin embargo, algunos autores afirman que no lo hizo, porque, en esa época, no se incluían en un testamento a los hijos menores de edad. Por entonces, nuestro personaje, tenía unos 17 años.
Incluso, algunos piensan que su padre pudo haberse casado en dos ocasiones, pues, en su testamento, no cita como su esposa a María de Valera, sino a Violante López, probablemente, su segunda esposa.
Por ello, en otros documentos se dice que Juan Hernández de Valera, personaje importante de la corte y regidor de Cuenca, es el suegro del converso Alonso Chirino.
Incluso, el famoso Enrique de Villena, menciona  la amistad que existía entre ambos en su obra “Tratado de la lepra”.
Sin embargo, en la ejecutoria encargada por uno de sus descendientes, para ingresar en la Orden de Alcántara, se citan como hijos del matrimonio de Alonso y María de Valera:
Alonso García Chirino, que perteneció al Consejo del rey Juan II de Castilla.
Juan Alonso Chirino, capellán mayor del rey Enrique IV, aparte de ser también obispo de Segovia.
Fernán Alonso García Chirino, regidor de Cuenca y montero mayor de Enrique IV. Estuvo al mando de la defensa de esa ciudad y consiguió repeler un ataque de los infantes de Navarra.
Por último, se cita a nuestro personaje de hoy, Diego de Valera.
Volviendo al padre de nuestro personaje, se dice que la fama y la riqueza de esta familia datan del siglo XII, cuando unos de sus ancestros, Alonso Pérez Chirino, se distinguió en la conquista de Cuenca y fue recompensado por Alfonso VIII con muchos honores y tierras.
Dada la cercanía de su padre a los reyes, a Diego le colocaron enseguida en la corte. En 1427, con sólo quince años ya fue paje de Juan II y luego de su hijo, Enrique IV de Castilla.
Más tarde, fue investido caballero, luchando en las batallas de Toro y de la Higueruela (1431), a la vez que se convirtió en un conocido humanista.
De todas formas, en la época de Juan II no hubo importantes hechos de armas, pues el monarca tampoco estaba muy interesado en la lucha contra los moros. Así que, de vez en cuando, los caballeros de la corte, se entretenían en hacer torneos entre ellos.
Incluso, se dieron varios casos, supongo que a causa de aburrimiento de la Corte, en que algunos caballeros se desplazaron a otros reinos en busca de aventuras.
Precisamente, el mismo don Quijote, cita a alguno de estos caballeros como ascendientes suyos y, según dice, esa es una de las razones por las que él creía que debía de repetir sus hazañas.
Volviendo a nuestro personaje, a partir de 1437 comenzó su carrera bélica y diplomática. Fue una buena opción, pues a causa de su falta de nobleza, nunca podría competir con los aristócratas de la Corte. No obstante, el rey de Castilla le proporcionó una carta de presentación, para poder ser recibido por otros monarcas europeos.
Evidentemente, tampoco podría rivalizar con algunos de los personajes más importantes de su época, como el marqués de Santillana; el tío de éste, Fernán Pérez de Guzmán, a su vez, sobrino del célebre canciller López de Ayala; por último, Alfonso de Cartagena, obispo de Burgos y antiguo judeoconverso.
Diego también se aburría en la Corte. Así que se dedicó a aplacar sus impulsos juveniles  representando a Castilla en la corte de Carlos VIII de Francia, donde mostró su destreza militar luchando contra los ingleses, durante la famosa Guerra de los Cien Años.
También fue enviado a Bohemia, donde ayudó a su rey, Alberto, a luchar contra los rebeldes husitas, de los que ya he hablado en otros artículos. Por ello se ganó varias condecoraciones. Precisamente, cuando se hallaba viajando por las tierras del Sacro Imperio, murió su emperador, Segismundo, siendo Alberto el elegido para ocupar el trono. Por ello, nuestro personaje, tuvo ocasión de asistir a la coronación del nuevo emperador.
Parece ser que en esas tierras tuvo una discusión con un caballero alemán, que había visitado la Península Ibérica. Éste, durante una comida,  comentó jocosamente, que el rey de Castilla no podía lucir su bandera, porque la había perdido luchando contra los portugueses y éstos la lucían en la basílica de Batalha.
Nuestro personaje argumentó que el rey de Castilla perdió ese combate, pero no la dignidad. A lo que el emperador le dio la razón y el otro caballero hubo de disculparse por lo dicho.
No hay que olvidar que estamos en la época en donde era normal que un caballero se pusiera en la mitad de un camino o de un puente para pelearse contra todos los que pasaran por allí. Se ve que los caballeros se tendrían que aburrir como una ostra y tendrían que demostrar que servían para algo.
Por supuesto, nuestro personaje tampoco fue ajeno a esta violenta costumbre y combatió contra otro caballero que estaba apostado cerca de la entrada de la ciudad de Dijon.
Vistió su caballo con sus mejores galas, utilizando para ello un manto de seda teñido de rojo, donde destacaban las cinco flores de lis, puestas en forma de cruz, que formaban el escudo de armas de la casa de los Chirino.
Como es costumbre entre los franceses, al ver que el caballero castellano era más bien bajito, le pusieron a combatir contra el más alto de los galos. No obstante, nuestro personaje venció y fue aclamado por ello.
Parece ser que, tras este combate,  el duque de Borgoña, le premió con un aspa de madera dorada, para que lo luciera en su escudo de armas, sobre fondo rojo.
A su vuelta a Castilla, en 1444, fue condecorado por el rey, que se hallaba en Tordesillas,  pues a éste ya le habían informado de lo bien que le había defendido ante el caballero alemán.
Parece ser que al final de ese mismo año, el rey le encargó volver a Francia para hablar con ese monarca, Carlos VII,  a fin de conseguir la liberación del conde de Armagnac.
Para ello, tuvo que esperar, durante 40 días, a que el monarca francés se dignara a recibirle y, aunque, en un principio, se negó a poner en  libertad al conde, después lo hizo, aceptando las razones esgrimidas por Valera. De esa manera, el conde fue liberado de su prisión en Carcasona.

Incluso, el mismo monarca, Juan II, que se hallaba viudo, le encargó que, secretamente, hiciera gestiones ante el rey de Francia para ver si le permitiría casarse con su hija mayor, llamada Radegunda. Es posible que fracasara en este intento, porque la joven murió poco después, sin haber realizado ningún pacto matrimonial entre los dos reyes.
Tal vez, es probable que el rey francés tampoco hubiera aceptado nunca la propuesta del castellano, porque ya había prometido a su hija con Segismundo, futuro emperador del Sacro Imperio.
Parece ser que Juan II le encargó que hiciera esa gestión de manera secreta, porque D. Álvaro de Luna estaba empeñado en que el monarca se casara con Isabel de Portugal, cosa que, por fin consiguió.
No obstante, tras ese matrimonio, la enemistad entre la reina y el valido fue cada vez a más. Esto llegó hasta un punto en que se formó un complot palaciego contra él, lo que obligó al rey a encerrarle, siendo, posteriormente, condenado a muerte y ejecutado. Algo que nunca le perdonó el rey a su esposa, pues siempre habían sido íntimos amigos. Esto lo recordó hasta el mismo momento de su muerte.
Posteriormente, en 1447, Diego de Valera, representó, en calidad de procurador,  a la ciudad de Cuenca ante las Cortes de Tordesillas.
Nuestro personaje tenía fama de ser muy sincero y allí también lo fue. Tras las intervenciones de los diversos pelotas, lameculos y “estómagos agradecidos”, que siempre los ha habido en este país, le tocó a él el turno.
Parece ser que le dijo que no estaría de más que, antes de condenar a alguien, sería bueno ser escuchado por un juez o por el rey. Cosa que no estaba ocurriendo en esa época en el reino.
Para “ilustrar” su intervención, citó como ejemplo aquella frase de Séneca que dice “Muchas veces la Justicia es justa, sin embargo, el juez es injusto”. De todas formas, Diego, no se estaba metiendo directamente con el rey, sino advirtiéndole de lo que estaba ocurriendo en el reino con el gobierno de su valido, D. Álvaro de Luna.
Evidentemente, esto no le hizo mucha gracia al soberano, el cual no quiso escuchar al resto de los procuradores y se fue de la ciudad. Tampoco agradó a otros más, los cuales amenazaron a Diego.
Unos años más tarde, fue enviado por el rey, de manera provisional, como embajador ante varias cortes, como las de Dinamarca, Inglaterra, Borgoña y Francia. Todo ello, gracias a su dominio de los idiomas.

Siempre fue enemigo de don Álvaro de Luna, publicando algunos poemas contra él, lo que le costó el alejamiento del rey.
Gozó de varios cargos importantes durante los reinados de Enrique IV y Fernando el Católico, siendo consejero de este último.
Desde 1467 estuvo al servicio del riquísimo duque de Medinaceli, el cual le nombró alcaide de su castillo en Puerto de Santa María.
Estuvo casado con María de Valencia y ordenó construir la capilla de Santa Ana en la iglesia mayor del Puerto de Santa María. En ella se pueden ver los escudos de los  Chirino y los Valera.
Escribió varias obras históricas, donde defiende el derecho del historiador a poder relatar la verdad, sin censura de ningún tipo. Lo cual no le hizo ninguna gracia a Juan II de Castilla, sobre todo tras enviarle una de sus famosas “epístolas”, donde le narraba de una forma  muy sincera su opinión sobre la situación en que se hallaba su reino.
Otras de sus obras fueron el Tratado de las armas, dedicado a la heráldica; la Providencia contra la Fortuna; el Ceremonial de príncipes; El Espejo de verdadera nobleza, El Doctrinal de Príncipes, etc.
Hoy en día, se le considera uno de los mejores escritores en prosa de su época. Por ello, Marcelino Menéndez  Pelayo lo menciona en su obra “Antología de poetas líricos españoles”.

Siempre estuvo muy unido a la casa de los Zúñiga, condes de Plasencia y enemigos acérrimos de D. Álvaro de Luna. Quizás,  por eso, algunas de sus poesías aparecen en el llamado “Cancionero de Stúñiga”, forma antigua del apellido Zúñiga, aunque este cancionero se escribiera en Aragón.
Parece ser que los Zúñiga utilizaron a Diego como su correo, para organizar un complot contra D. Álvaro de Luna, que, curiosamente, también era de Cuenca, como él. Éste fue informado a tiempo y pudo huir.
Se veía muy claro que el rey no quería procesar a su valido, no obstante, un grupo de cortesanos, empezando por la propia reina, le estaban obligando a ello. Así que tan pronto decía que lo prendieran como que no y eso enfadó mucho a los Zúñiga.
Así que, por fin, consiguieron que el rey firmara su famosa orden, dirigida a su alguacil mayor, D. Álvaro de Zúñiga,  en la que se decía: “yo vos mando que prendades el cuerpo a D. Álvaro de Luna, Maestre de Santiago, é si se defendiere, que lo matéis”.
Para ello, los Zúñiga, rodearon el castillo de Burgos, donde se hallaba el valido con sus seguidores y desde el cual se ejerció una fuerte resistencia.
Al final, el valido, se decidió a salir, tras haber recibido ciertas promesas, por parte del rey. Lamentablemente, luego no se cumplieron. Así que luego fue sometido a un juicio amañado, que terminó con una condena a muerte y su decapitación en público. De poco le sirvió que su tío abuelo hubiera sido el pontífice conocido como el Papa Luna.
Sin embargo, los seguidores del valido, que estuvieron defendiéndose en el castillo de Burgos, tras rendirse, fueron puestos bajo la custodia de nuestro personaje y no sufrieron daño alguno.
Tras la muerte de Juan II, subió al poder su hijo, Enrique IV, el cual, a pesar de ser el cronista de su reino, nunca fue muy del agrado de nuestro personaje.
Curiosamente, en cierta ocasión, el rey, mandó una serie de corregidores a varias ciudades. Nuestro personaje se enfadó, concretamente, con el que fue destinado a Cuenca, porque, un día no se le ocurrió otra cosa que prender a los cargos principales de la ciudad y no liberarlos si no pagaban una fuerte cantidad que él había estipulado.
Lógicamente, Valera, denunció este comportamiento ante el rey y éste ordenó que se presentaran ambos ante él. Allí reunidos ante el monarca y su Consejo, Diego, relató los hechos acaecidos en la ciudad.
Sorprendentemente, el acusado, en lugar de negarlos dijo que todo lo había hecho en nombre del rey y que también le había enviado su parte al monarca y había repartido el resto entre sus compinches de Cuenca.
Lógicamente, ante esta declaración, los miembros del Consejo, se quedaron mudos y el caso se archivó, porque en aquella época rodaban con mucha facilidad las cabezas. De hecho, la de ese corregidor cayó algo más tarde en Sigüenza.
En 1462, nuestro personaje fue nombrado corregidor de la ciudad de Palencia. Desde allí, en su más puro estilo, escribió una carta al rey, donde le recordaba que no era muy bien visto por sus súbditos y acaba la misma recordándole que Pedro I: “el cual, por su mala gobernación, perdió la vida y el reino con ella”.
Tras la muerte de Enrique IV, Valera, fue partidario del bando de los Reyes Católicos, los cuales le enviaron como corregidor a Segovia. Allí dejó buen recuerdo, por su honradez y su buen gobierno.
Poco tiempo después, pasó al servicio del duque de Medinaceli, el cual le nombró alcaide del Puerto de Santa María con un sustancioso sueldo.
No obstante, los reyes le volvieron a llamar y, por entonces, fue cuando escribió la obra “Doctrinal de príncipes”.
Como dicen algunos autores, su carácter severo y su honradez siempre le hicieron incompatible con la inmoralidad que profesaban la mayoría de los cortesanos y los reyes de su época.
Realmente, parece ser que, por fin, encontró en los Reyes Católicos unos monarcas a los que mereciera la pena servir.
Su hijo, Charles, fue capitán de la flota castellana y luchó contra los piratas y los portugueses en el Atlántico y la zona del Estrecho.
Afortunadamente, al mencionar las hazañas de su hijo en varios de sus escritos, conocemos los enfrentamientos navales que hubo entre castellanos y portugueses, a partir de 1475, por lo que ellos llamaban la Guinea, en África.
Parece ser que, padre e hijo, llegaron a conocer a Cristóbal Colón cuando éste vivió, casi dos años, junto al duque de Medinaceli, a quien ellos servían.
Escribió obras de varios tipos. Entre ellas, podemos destacar la “Crónica abreviada de España” (1481), también conocida como la “Valeriana”, por el apellido de su autor, que fue muy popular hasta el siglo XVI. Fue la primera Historia de España publicada por medio de la imprenta.
Parece ser que los Reyes Católicos apoyaron su publicación. Es posible que lo hicieran para utilizarla como base de su política de construcción de una España unida.
De hecho, se puede  leer en la portada del libro: “La chronica de España, abreviada por mandado de la muy poderosa señora doña Ysabel reyna de Castilla”.
Esta obra se suele dividir en cuatro partes. La primera trata sobre una descripción de los países, que fueron visitados o no por este autor. En la segunda realiza un estudio sobre la dominación romana sobre la Península Ibérica. La tercera se dedica a la invasión de los pueblos bárbaros y llega hasta la conquista de la Península, por parte de los árabes. La cuarta abarca desde la victoria de Don Pelayo en Covadonga hasta el reinado de Juan II de Castilla.
Seguramente, esta obra fue utilizada de una manera propagan
dística por los Reyes Católicos, pues no olvidemos que los monarcas de la España medieval basaban su legitimidad en ser los sucesores o descendientes de los antiguos reyes visigodos.
En la “Crónica de los Reyes Católicos” se puede comprobar claramente que era partidario de estos monarcas y los ensalzó en los capítulos dedicados a la guerra con Portugal, por la sucesión a la corona de Castilla, y la guerra de Granada, para la unificación de España.
Sin embargo, en el “Memorial de diversas hazañas” se analiza el reinado de Enrique IV, llamado el Impotente, que nunca fue muy del agrado de nuestro personaje.
En cuanto a sus poesías, se puede decir que tratan sobre los mismos temas que otros autores de su época, como los amatorios o los salmos. Por supuesto, le dedica algunos a la caída de su mayor enemigo, D. Álvaro de Luna.
Parece ser que los Reyes Católicos siempre le tuvieron en gran estima, según se desprende de los abundantes escritos que se conservan, remitidos por los monarcas, donde se le agradecen sus servicios e, incluso, le dan su enhorabuena por la victoria naval de su hijo, frente a los portugueses. Incluso, en ellos, se cita al mismísimo Colón.
Desgraciadamente, Diego de Valera, murió en Puerto de Santa María en 1488.

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