ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

domingo, 29 de enero de 2017

LA VIDENTE LUCRECIA DE LEÓN



Esta vez, voy a cambiar de tercio. En principio, tras mirar el título del artículo, se podría pensar que me he pasado del campo de la Historia al de las creencias irracionales. Sin embargo, ya veréis cómo no es así.
Los que han venido leyendo mis artículos, habrán notado que la época de Felipe II fue bastante convulsa. No me refiero solamente a las guerras, las conspiraciones de palacio, el intento de sublevación de su hijo y algunas cosas más.
Sin embargo, hubo otras conspiraciones, que intentaron quitarle en poder en alguno de sus reinos, como, por ejemplo, la del famoso pastelero de Madrigal y alguna otra más.
En esta ocasión, voy a contar otra de esas conspiraciones, cuyos autores la habían disfrazado como si se tratara de otra cosa.
Nuestra protagonista de hoy, Lucrecia de León, nació en Madrid, posiblemente, en 1567 o al año siguiente. Sobre eso, no se ponen de acuerdo los especialistas.
Su familia era muy modesta, siendo su padre un  humilde mercader. Así que su educación fue muy escasa, aunque parece ser que se trataba de una persona muy inteligente.
Muy pronto, la colocaron como sirviente de una familia importante y próxima a la Corte de Felipe II. 
Algunos de sus contemporáneos afirmaban que se parecía a la imagen de Eva en la famosa pintura de Van der Eyck.

Parece ser que muy pronto se hizo famosa a través de sus sueños de los que despertaba dando muchos gritos y despertando a toda su familia.
Más tarde, mientras su padre le decía que no se los contara a nadie, ella lo hacía a cambio de dinero.
Con sólo 12 años tuvo un sueño, donde vio  una procesión mortuoria con los emblemas reales, por las calles de Badajoz. Su padre le preguntó si había visto al rey  muerto y ella le dijo que no. Unos meses más tarde, murió allí la reina y, en principio, fue enterrada en esa misma ciudad.
Tras acertar de lleno, cuando profetizó que, en uno de sus sueños, había visto la derrota de la famosa Armada Invencible, todas las miradas giraron hacia ella.
Es preciso hacer un inciso para decir que, en aquella época, en pleno Renacimiento, todavía existían muchas supersticiones propias de la Edad Media.
De hecho, en muchos lugares de España se utilizaban los curanderos y saludadores. Estos últimos realizaban una actividad muy curiosa. Consistía en recorrer los pueblos al objeto de repartir su salud entre los moradores y animales domésticos, que habitaran en el lugar. No sólo eran hombres, sino que también había mujeres que se dedicaban a ese curioso oficio.
Se cree que no daban abasto cuando circulaba por los pueblos alguna plaga, como la peste o la rabia y los campesinos no sabían cómo salvar su ganado.
Parece ser que decían hablar con el ganado y luego les “convencían” para que se portaran bien con sus dueños. Al final, les santiguaban.
Algunos pensarán que esto es muy antiguo, sin embargo, se sabe que estos personajes, han actuado hasta el siglo XIX en algunos lugares de España.
Otro ejemplo de que el mundo no se había desprendido, por completo, de la cultura medieval es que, en pleno siglo XVI,  se seguían dando clases de Astrología en la propia Universidad de Salamanca.
Volviendo a nuestro personaje de hoy, lo cierto es que su fama se extendió por todas partes y no pasó desapercibida para un tipo llamado Alonso de Mendoza, procedente de una importante familia noble, canónigo de la catedral de Toledo y abad de un convento de la misma ciudad. Parece ser que se la presentó un amigo suyo, llamado Juan de Tebes, también pariente de la chica.
Casualmente, Alonso,  era también el confesor de la dama para la que trabajaba, como sirvienta,  Lucrecia.
Curiosamente, si  observamos la lista de los clérigos, que, por aquella época, estaban destinados en la catedral de Toledo, podremos ver que hay muchos que se apellidaban Mendoza. Me da que eso no es una mera casualidad, sino que, posiblemente, se hallaban ahí, porque era el mayor centro de poder de la Iglesia católica española y, más o menos, todos ellos representaban a un mismo linaje.
Otro aspecto importante de esta historia es que se acababa de conocer el desgraciado incidente del secretario Antonio Pérez y buena parte de la sociedad estaba dividida entre dar su apoyo al monarca o a su antiguo secretario.
No debemos olvidar que en las monedas emitidas a lo largo de nuestra Historia, solía aparecer en el anverso la efigie del monarca de turno y a su alrededor una leyenda, donde figuraba el nombre del rey y al final se podía leer “por la gracia de Dios”.
Supongo que todo esto viene desde que Constantino el Grande hizo esa especie de pacto con la Iglesia cristiana, que se formalizó con el Edicto de Milán, en el 313 d. de C.
Más o menos, el trato era que el monarca de turno le pagaría absolutamente todo a la Iglesia, incluso, les eximiría de todos los impuestos. La contrapartida era que los eclesiásticos tendrían que convencer al pueblo para que obedeciera ciegamente al rey que estuviera sentado en el trono.
Sin embargo, si alguien demostraba que Dios no estaba de parte del rey, eso podría ser muy peligroso. De hecho, en la antigua Roma, si el pueblo llegaba a creer que un emperador no gozaba del favor de los dioses, era, inmediatamente, depuesto o asesinado por el pueblo.
Así que, si los que tenían que convencer al pueblo de todo esto, no estaban a favor del rey, el monarca, podría tener un serio problema, porque la gente se fiaba de lo que le decían los clérigos, a los que veían todos los días, mientras que al rey no solían verlo nunca. La mayoría de ellos sólo se enteraba de que habían cambiado de rey, cuando se cambiaba la efigie que aparecía en las monedas de la época.
No vayáis a pensar que esto de que Dios está detrás de las decisiones de un gobernante es algo tan antiguo. Por ejemplo, en las hebillas de los soldados alemanes, tanto de la Primera, como de la Segunda Guerra Mundial, se podía leer “Gott ist mit uns” (Dios está con nosotros).
Todo este rollo viene porque el canónigo Alonso de Mendoza, que era partidario de Antonio Pérez, cogió bajo su protección a Lucrecia. Él junto a otro clérigo llamado fray Lucas de Allende, que era el confesor de Lucrecia, se dedicaron a tomar nota de todo lo que decía esta chica y, más tarde, por supuesto, lo interpretaban de la manera que más convenía a sus intereses.
En su afán por fastidiar los últimos años del reinado de Felipe II, se aventuraron a interpretar de una manera cada vez radical sus nuevos sueños.
Dicen que el libro de cabecera de Alonso de Mendoza era “La interpretación de los sueños”, de Artemidoro de Éfeso.
Esta vez dijeron que Lucrecia había soñado que, a causa de la mala política de Felipe II, se llegaría al final de España y de la Iglesia Católica. Esto ya eran palabras mayores, así que el rey pidió la intervención, en este caso,  de su fiel Inquisición.
Llegaron a decir que Felipe II acabaría derrotado como el rey visigodo don Rodrigo. Parece ser que decía haber visto en sus sueños que los protestantes atacarían la península por el norte, mientras que los turcos otomanos lo harían por el sur y los ingleses a través de Portugal.
Al mismo tiempo, habría una rebelión general de los moriscos, que aún residían en la península, para facilitar estas invasiones.
Felipe II, al igual que don Rodrigo, huiría y llegaría hasta la ciudad de Toledo, donde moriría. Sólo se salvarían una serie de elegidos, que vivirían escondidos, durante un tiempo en una especie de refugio llamado la Cueva de Sopeña, que todavía nadie sabe dónde está. Se sospecha que podría estar en el término municipal de Villarrubia de Santiago.
Casualmente, el propietario de la zona donde se hallaba esa cueva era Cristóbal de Allende,
hermano del clérigo citado anteriormente. También era el tesorero de lo recaudado entre los miembros de esa nueva congregación. Era una forma de que todo quedara en casa.
Así que la gente crédula, entre los que se hallaban algunos personajes muy importantes, como el afamado arquitecto Juan de Herrera, fundaron la llamada Sociedad de la Nueva Restauración, que, se supone,  la formarían los elegidos para salvarse en esa cueva. Según se dice, este arquitecto, se encargó de acondicionar esa cueva para que pudiera ser utilizada por los que fueran a refugiarse en ella.

Para buscarse aún más enemigos, los intérpretes de sus sueños, se atrevieron a  decir que un nuevo rey reconquistaría el país. Expulsaría a todos los invasores. Incluso, echaría a los moros de Jerusalén y hasta trasladaría la sede papal de Roma a Toledo. Evidentemente, el nuevo Papa, también sería español.
No obstante, Alonso Franco de León,  padre de Lucrecia y natural de Valdepeñas, parecía cada vez más preocupado por el futuro de su hija, pues, según argumentaba, ya había visto a muchos, que se dedicaron a estos mismos menesteres, y acabaron siendo quemados públicamente por la Inquisición.
Sin embargo, su madre, Ana Ordóñez, estaba muy contenta, porque, gracias a los múltiples regalos que recibía su hija, la situación económica de la familia había mejorado mucho.
Lucrecia también se mostraba muy alarmada por los temores de su padre. Seguramente, por ello, visitó a su antiguo confesor, el cual no la trató nada bien, por haber dejado de serlo.
A pesar de ello,  los intérpretes de los sueños de nuestro personaje, se atrevieron a decir que en los mismos aparecía Felipe II como un monarca codicioso y carente de fe. Supongo que eso ya era demasiado para alguien que siempre se había mostrado como el paladín de la defensa de la fe católica.
Incluso, se atrevieron a calificar a Felipe II como un ser inhumano, al que despreciaban tanto en sus vastos reinos, como en su propia familia.
Así que la cólera de Dios hizo que fuera derrotada la Armada Invencible y esa misma haría que fuera derrotado el monarca y reemplazada su dinastía por otra nueva.
Por supuesto, previamente, había profetizado que don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que había sido designado por el rey como almirante de esa Armada, moriría antes de que se terminara de organizar esa expedición y eso fue lo que pasó.
Supongo que el rey no querría enfrentarse a la Iglesia Católica, así que le encargaría su defensa a su confesor, fray Diego de  Chaves, una persona con mucho poder dentro de la Corte. Hasta el propio rey tenía que consultarle, antes de autorizar el nombramiento de un nuevo obispo.
No obstante, el tema de las videntes no es contrario a la Iglesia Católica. Algunas de ellas, que vivieron durante la Edad Media, fueron, posteriormente, canonizadas. La diferencia está en que aquellas no se dedicaron a criticar la política de su rey y, en cambio, nuestro personaje o sus intérpretes sí lo que hicieron.
También es necesario aclarar que el canónigo Alonso de Mendoza, que, posiblemente, pertenecía a la familia de los duques del Infantado,  estaba apoyado por el Inquisidor general y arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga. Precisamente, este último, fue el que puso en libertad al famoso Fray Luis de León. También es el que aparece en el célebre cuadro del Greco "El entierro del conde de Orgaz".
En este momento, entra un nuevo personaje en nuestra narración. Se trata de un antiguo soldado de origen navarro, llamado Miguel de Piedrola Beamonte.
Según lo que narró a los interrogadores de la Inquisición, fue educado por un clérigo, hasta que se enroló en los Tercios y estuvo luchando en Sicilia.
Dijo haber tenido la mala suerte de haber sido capturado por los turcos y llevado hasta la actual Estambul. En varias ocasiones, intentó huir de allí, hasta que lo consiguió.
También dijo haber escrito algunas profecías, que le envió a Felipe II y éste le premió con una renta y el privilegio de poder investigar en los archivos sobre los antiguos reyes de Navarra, pues afirmaba pertenecer a ese linaje.
Entre sus profecías, podemos citar la muerte del príncipe Carlos, la de don Juan de Austria, el fallecimiento del Papa Gregorio XIII y adivinar quién le sustituiría, Sixto V.
Su fama aumentó de tal modo, que a su casa llegaban todos los días un montón de personas, pidiéndole que les adivinase su futuro. Hasta algunos clérigos hablaban de él como de un nuevo profeta.
Sin embargo, un día se atrevió a pronosticar el hundimiento de la Casa de Austria, interpretando que un cuervo volando con el pico manchado de sangre es la imagen de Felipe II, reprimiendo a los portugueses.
Este nuevo personaje ya tenía relación con Lucrecia, porque, en los sueños de ésta, aparecía como el hombre que iba a salir de esa cueva, con los supervivientes de la invasión, para realizar una nueva reconquista y ser proclamado nuevo rey de España, ya que, según decía, pertenecía a la antigua casa real de Navarra.
Lo curioso es que Piedrola y Lucrecia, antes de conocerse personalmente, ya se habían conocido en sueños. Eso me recuerda a la gente que, hoy en día, tiene muchos amigos por Internet, pero que nunca se han visto personalmente.
En 1587, Piedrola, quiso entrevistarse con el rey, para contarle más sobre sus sueños. No sólo no lo consiguió, sino que fue detenido por la Inquisición. Ese mismo año fue procesado y condenado a cadena perpetua para luego ser encarcelado en una de sus cárceles secretas, situada en el interior del castillo toledano de Guadamur. Por entonces, propiedad del conde de Fuensalida. Nunca más se supo de él.
A primeros de mayo  de 1590, el inquisidor de Toledo, don Lope  de Mendoza, recibió la orden de  confiscar todos los documentos que hallase en el domicilio de Alonso de Mendoza. Parece ser que, al principio, quizás por amistad o parentesco con el acusado, se resistió a hacerlo. Sin embargo, unos días después cumplió esas órdenes a rajatabla.
Posteriormente, Alonso, fue condenado a 6 años de cárcel y luego recluido en el monasterio jerónimo de la Sisla, cercano a Toledo donde murió unos años más tarde.
A finales de mayo de ese mismo año ya habían sido encarcelados todas las personas relacionadas con este caso.
Algunos autores afirman que el hecho que desató la persecución de este grupo fue la repentina huida de Antonio Pérez hacia el Reino de Aragón.
La misma Lucrecia, que acababa de comprometerse con Diego de Vitores Texeda y se hallaba embarazada, también fue detenida y sometida a varios interrogatorios. De hecho, dio a luz en prisión.
En 1595 participó en un auto de fe, que se celebró en el patio del convento de Santo Domingo, en Toledo. Allí la vistieron con un sambenito, una vela y una cuerda alrededor del cuello. De hecho, en ese momento se enteró de que no había sido condenada a muerte. Es posible que eso se debiera a que, hasta 1594, año de la muerte de Gaspar de Quiroga, inquisidor general y arzobispo de Toledo, éste los habría protegido a ella y a Alonso de Mendoza.
Seguramente, por ello, aunque fue acusada nada menos que de blasfemia, sedición, falsedad, sacrilegio y algunas cosas más, sólo fue condenada a cien azotes, destierro de Madrid y reclusión durante dos años en un convento. Ni siquiera la azotaron ese día, porque el verdugo no acudió al auto.
Lo curioso es que no la querían en ningún convento, salvo que pagara el alojamiento para ella y su hija. No fue así, porque su padre tampoco quiso ayudarla.
Al final, fue a parar al hospital de San Lázaro, de Toledo, de donde tuvo que ser evacuada, para no ser contagiada por las graves dolencias de los enfermos allí ingresados. Parece ser que este centro estaba especializado en los afectados por la tiña, la lepra o la sarna.
Posteriormente, la ingresaron en el Hospital de San Juan Bautista. Conocido, actualmente, como Hospital de Tavera.
Poco más se puede decir sobre esta extraña mujer. Tras su ingreso en ese centro no se supo más de ella.
Algunos autores piensan que esta rebelión dentro de la Iglesia contra ese monarca pudo venir porque, una de las consecuencias de las varias bancarrotas que hubo durante su reinado, fue que el Estado se quedara con algunos de los impuestos, que tradicionalmente, cobraban los clérigos a sus feligreses.
Lo que está muy claro es que esto no fue un simple grupo de gente, movida por unos motivos exclusivamente religiosos. Fue toda una conspiración a nivel político, que utilizó la interpretación de los sueños de Lucrecia y de Piedrola para atraerse a la gente hacia su bando e intentar deponer del trono a Felipe II.
Eso lo entendió muy bien este rey, porque se sabe que se interesó, personalmente, para que Piedrola no pudiera salir jamás de su encierro, ni tener contacto con nadie, que no fueran sus guardianes en el castillo de Guadamur. Incluso, dio unas claras instrucciones para que se destruyera toda la correspondencia entre el monarca y Piedrola.
Espero que os haya gustado el artículo, aunque esta vez reconozco que me he extendido mucho.

martes, 24 de enero de 2017

LA REINA MARÍA DE MOLINA



Para terminar el ciclo sobre este grupo de reyes, yo creo que es de justicia dedicarle un artículo a esa gran mujer que fue María de Molina.
Realmente, nunca se llamó así. Su verdadero nombre fue María Alfonso de Meneses, pero todo el mundo la conoció por el de María de Molina.
Hay discusión sobre su fecha de nacimiento. Unos autores afirman que fue en 1264, mientras que otros opinan que fue al año siguiente.
Todavía hay más dudas, en cuanto al lugar de nacimiento. No obstante, he leído en algunos sitios que fue en Molina de Aragón. Un pueblo famoso por las bajas temperaturas que tienen que sufrir sus habitantes.
Sus padres fueron el infante Alfonso, hijo de Alfonso IX de León y, por tanto, hermano menor de Fernando III el Santo. Mientras que su madre fue Mayor Alfonso de Meneses, procedente de una importante familia de la zona de Valladolid.
Para el padre era su tercer matrimonio, mientras que para su madre, era el segundo. El infante Alfonso casó, por vez primera, con Mafalda González de Lara, heredera del señorío de Molina.
Es posible que esa boda hubiera sido organizada por su hermano, Fernando III, ya que la familia de Mafalda se había rebelado contra ese monarca, apoyando una nueva separación entre León y Castilla. De hecho, el monarca, ordenó que ella fuera la nueva heredera de ese señorío y no su hermano, aunque esa decisión fuera en contra de la Ley.
A la muerte de Mafalda, su esposo, fue el nuevo señor de Molina, según las capitulaciones matrimoniales firmadas por ambos cónyuges.
Más tarde, heredaría ese señorío Blanca, hermana mayor de María. Sin embargo, al morir sin descendencia, Sancho IV, le otorgó ese título a su esposa.
Lo cierto es que María nunca había pensado ser reina. Casó con Sancho, que era el segundo hijo de Alfonso X.
Antes de eso, hay que aclarar que el padre de Sancho, ya había acordado su boda, contra la voluntad de éste,   con Guillerma de Montcada, una de las hijas de Gastón VII, vizconde de Bearne, entre otros títulos.
Así que los casaron por poderes, pero nunca se consumó el matrimonio, por ser demasiado jóvenes los contrayentes.  Sin embargo, esa boda, que tuvo lugar en abril de 1270, aún no se había anulado, cuando Sancho se casó con María.

Lógicamente, esta nueva boda, celebrada en 1281, no gustó nada ni al Papa, ni a Alfonso X y mucho menos a su antiguo suegro, Gastón VII.
Aparte de los motivos políticos, que también los hubo, la boda entre Sancho IV y María era ilegítima, porque, como ya he dicho antes, no se habían molestado en anular el anterior matrimonio, ni tampoco habían pedido, previamente, una dispensa papal, a causa de su parentesco tan cercano.
La verdad es que, tras la boda, lo intentaron por todos los modos posibles. Incluso, se sabe que, en 1293, procesaron en Roma a un fraile, por haber falsificado una bula pontificia, donde se legalizaba el citado matrimonio.
Aunque parezca mentira, este matrimonio ilícito fue un arma muy apreciada por los habituales enemigos de la monarquía castellana para intentar llevar  a ese reino al caos.
De hecho, influyó para un mayor acercamiento entre Castilla y Francia, ya que los Papas de esa época se puede decir que estaban a las órdenes del rey de ese país. Aparte de que, de esa manera, contrarrestaban la presión ejercida desde Aragón, tradicionales enemigos de Francia.
Tampoco hay que olvidar que el rey de Francia era abuelo de los infantes de la Cerda, pretendientes al trono de Castilla.
Por otra parte, tras la huida de la esposa de Alfonso X y sus nietos, los infantes de la Cerda, al reino de Aragón, de donde era originaria, el monarca de ese reino no los dejó volver a Castilla y los retuvo para presionar a  Sancho IV a fin de que no se hiciera aliado de Francia.

También hay que mencionar que ese matrimonio provocó  la caída de los dos hombres de confianza de Sancho, don Gómez García y, sobre todo, don Lope de Haro, que era tío de Guillerma.
Quizás, nos podríamos preguntar el por qué Alfonso X se decidió por celebrar un matrimonio entre su hijo Sancho y alguien de un lugar tan lejano como Gascuña. No olvidemos que, en esa época, cualquier viaje se hacía mucho más largo que ahora.
Parece ser que formaba parte de su estrategia para tomar posesión del territorio de Gascuña, que había sido aportado como dote a la boda entre Alfonso VIII y Leonor, una de las hijas de Enrique II de Inglaterra y la famosa Leonor de Aquitania. Concretamente, Gastón VII pactó con Alfonso X que podría tomar posesión de la Gascuña, si le ayudaba en su lucha contra los ingleses.
Posteriormente, Alfonso X, cambió de opinión, cuando Enrique III de Inglaterra le pidió la paz y en prueba de ello, se realizó, en Burgos,  el matrimonio entre su heredero, Eduardo, y Leonor, hija del monarca castellano.
Aunque parezca mentira, Gastón VII, era uno de los hombres más ricos de la Corona de Aragón. Tenía amplios territorios a ambos lados de los Pirineos, los cuales eran codiciados por Aragón, Francia e Inglaterra. Incluso, había conseguido territorios en Mallorca, pues había ayudado a Jaime I en la conquista de esta isla. Su único problema es que tenía 4 hijas y quería casarlas con novios emparentados con las dinastías más importantes de Europa.
Precisamente, don Lope de Haro, estuvo muy interesado en que Alfonso X reconociera a Sancho como heredero al trono, porque era cuñado de Gastón VII. También era una forma de aumentar la influencia de la Casa de Haro sobre el nuevo rey y disminuir la tradicional de los Lara, que apoyaban a los Infantes de la Cerda.
La decisión de Sancho, en lo que se refiere a no aceptar su matrimonio con Guillerma, tuvo tanta trascendencia que, a pesar de que Alfonso X, en un principio, lo había presentado ante las Cortes como su heredero, tuvo que dar marcha atrás, agobiado por la presión ejercida conjuntamente por el rey de Francia, Gastón VII y la Casa de Haro.
Ahí es cuando Alfonso X intentó dejar el reino de Jaén a los infantes de la Cerda. Mientras que eso pareció ser del agrado el rey francés, a Sancho no le gustó absolutamente nada.
Ciertamente, Sancho IV, tampoco había perdido el tiempo. Antes de casarse con María de Molina, había tenido como amante a una prima de ella, llamada María Alfonso Téllez de Meneses y de esa relación nacieron dos hijas.
Hoy en día, nos podría parecer una tontería, sin embargo, este enlace trajo muchos problemas. Otro de ellos fue que, cuando Sancho IV fue proclamado rey en Toledo, nombró a su hija primogénita, Isabel, como heredera al trono. Eso provocó que
fuera excomulgado de nuevo. Es preciso decir que aún no había nacido el futuro rey Fernando IV.
La verdad es que este enlace trajo muchos problemas a Alfonso X y fue lo que más distanció al padre del hijo.
La mayoría de los nobles del reino se decantaron por el hijo. No obstante, el padre, tenía en sus manos una “carta” muy poderosa. El Papa estaba a su favor y fue amenazando a los nobles para que se pasaran al bando del monarca. Cosa que hicieron varios de ellos.
Sin embargo, Alfonso X, que estaba muy enfermo,  murió en Sevilla en 1284. Poniendo punto y final a la guerra civil en el reino.
Sancho IV supo poner a la mayoría de los nobles en su sitio, ya que tenía un carácter iracundo y se dedicó a atemorizarlos a todos.
Desgraciadamente, Sancho, sólo pudo reinar unos cuantos años. Su dedicación a la guerra hizo que su salud se resintiera. Enfermó de tuberculosis y murió joven, dejando sola a María y a sus hijos.
Curiosamente, aunque parece ser que esta mujer tenía una apariencia frágil y enfermiza, tuvo 7 hijos con Sancho IV y supo defender muy bien los derechos de su hijo y su nieto al trono de Castilla. Parece ser que su mejor virtud fue hallar siempre un punto de acuerdo entre las partes en disputa. Algo muy necesario en una Edad Media, donde lo normal era matarse unos a otros, por cosas que hoy calificaríamos como tonterías.
Esa forma de ser, tan pacífica, contrastaba con la de su marido, que, como ya he mencionado, siempre fue muy iracundo y belicoso. De hecho, en un par de ocasiones, el infante don Juan, salvó la vida, porque apareció ella, justo cuando Sancho y, en la segunda ocasión, Fernando, se disponían a matarlo.
Así que ella se pasó la vida pacificando el país, para así poder asegurar la llegada al trono de su hijo y, más tarde, también su nieto.
Tampoco quiso contraer un nuevo matrimonio, pese a las presiones del infante don Juan, para que lo hiciera con un candidato al que pudiera manejar éste.
Sin embargo, su hijo, Fernando, fue un monarca al que los nobles supieron manejar muy bien. Incluso, hasta llegó a pedir cuentas a su madre, a causa de unos rumores extendidos por la nobleza. En 1302, estos nobles la acusaron en público en las Cortes de Medina del Campo, por eso su hijo encargó una investigación sobre el tema y se demostró que la acusación era completamente falsa.
Ella tuvo que luchar contra una serie de  habituales conspiradores, como fueron el infante don Enrique, el infante don Juan, don Juan Núñez de Lara y don Juan Manuel.
Su mayor apoyo lo obtuvo siempre de las hermandades generales de los distintos concejos del reino. Ese apoyo siempre fue muy decisivo en las Cortes, que, además, en
esa época, se reunieron muy a menudo.
También a base de promesas y de pagar buenas cantidades de dinero, consiguió que esos nobles sublevados volvieran al bando de Fernando IV.
Los cronistas destacan entre sus mejores virtudes las de la prudencia, la inteligencia y la capacidad de dar buenos consejos.
Incluso, el famoso dramaturgo español, Tirso de Molina, escribió su obra “La prudencia en la mujer”, para ensalzar el papel de esta reina en la Historia de España.
Sus contemporáneos decían  que siempre fue muy trabajadora y que le dedicaba muchas horas a la labor de despacho, tomando decisiones que solían ser del agrado de todos.
Aparte de eso, se dice que, cuando tomaba una decisión, se mantenía muy firme en sus convicciones. Para ser que su norma de conducta fue “guardar al Rey de peligro e la tierra de guerra e de daño”, según la Crónica de Fernando IV.
Fue una infatigable negociadora. Sus objetivos siempre fueron buscar la paz, los intereses generales y el servicio a la Corona.
Aunque, en algunas ocasiones, tuvo que ordenar el asedio de alguna fortaleza, donde se había refugiado uno de esos nobles sublevados.
En su época, fue una reina muy popular. Además, siempre elegía personalmente a los representantes de cada concejo en las Cortes, a fin de que acudieran los que eran más favorables al rey.
Fuera de Castilla consiguió parar las ansias expansionistas tanto de Dionis I de Portugal, como de Jaime II de Aragón.
Al primero lo paró fácilmente, al recordarle que podría romper el compromiso matrimonial entre los hijos de ambos. Así que firmaron la paz de Alcañices, en 1296.
Con el de Aragón llegó a un rápido entendimiento en cuanto se repartieron el territorio del reino de Murcia.
En 1300, María, consiguió que las Cortes le pagaran el importe necesario para persuadir al Papa Bonifacio VIII. Así que, al año siguiente, este mismo Pontífice, firmó una bula para que fuera válido su matrimonio y el de su hijo, Fernando IV. Como siempre, todo se reduce al dinero.
Parece que los siguientes años fueron transcurriendo sin mayores sobresaltos. Sin embargo, en 1312, murió prematuramente, su hijo, Fernando IV. Así que se formó un consejo de regencia, pues el heredero sólo tenía 1 año.
Desafortunadamente, en 1313, también murió la madre del futuro Alfonso XI. Así que a María, que ya era una anciana, no le quedó otra que asumir, durante unos años, la tutela de su nieto.
Lamentablemente, en 1320, los dos miembros más señalados del consejo de regencia, los infantes don Juan y don Pedro, murieron guerreando contra el Reino de Granada. Así que tuvieron que ser sustituidos por otros. Ese acontecimiento dio paso a otra guerra civil entre los bandos de los señores feudales de ese momento. Sobre todo, el de don Juan Manuel contra el del infante don Felipe.
Desgraciadamente, en 1321, cuando María se disponía a acudir a unas Cortes en Palencia, que había convocado ella misma, enfermó gravemente y  no pudo acudir a la reunión.
Así que se retiró al convento de los franciscanos en Valladolid. Allí redactó su testamento y encargó a “los hombres buenos” de esa ciudad, que velaran por sus nietos Alfonso y Leonor.
Posteriormente, fue enterrada en el convento de las Huelgas Reales, en Valladolid, donde todavía se halla su sepulcro.
Posiblemente,  en España nos hubiera ido mejor, si hubiéramos tenido muchas más personalidades políticas, que hubieran administrado el país de una manera tan eficaz como lo hizo ella.

martes, 17 de enero de 2017

ALFONSO XI EL JUSTICIERO



Como ya comenté anteriormente, tenía pensado hacer varios artículos sobre la decadencia de la monarquía castellana y el ascenso de los nobles de ese reino al poder. Así que, supongo, más de uno estaría esperando que ahora le tocara el turno a este monarca.
Nuestro personaje de hoy fue llamado Alfonso XI. Nació en 1311 y también tuvo un reinado muy poco tranquilo. Al igual que  les ocurrió a sus inmediatos antecesores en el trono.
Como ya mencioné en mi anterior artículo, su padre, Fernando IV, murió muy joven y él sólo tenía 1 año, cuando se produjo ese fallecimiento.
Su tío, el infante Pedro, no perdió el tiempo y, en Jaén, en el mismo sitio donde había donde había muerto su padre, le proclamó rey.
Algún tiempo después, se empezaron a ver las luchas por el poder. Todos querían ser regentes del rey. Supongo que para poder robar impunemente, que es lo que mejor sabían hacer.
Otra vez, comenzaba esa disputa. Se repetían los mismos nombres de los nobles. Tenemos a los infantes Pedro y Juan, el infante Felipe, don Juan Manuel y Juan Núñez de Lara.
La cosa llegó hasta el punto de entrar en Ávila, donde se hallaba el pequeño rey, pues se hallaba custodiado en la iglesia de San Salvador, y querer llevárselo secuestrado. Algo que impidió el obispo de esa ciudad, encerrándose con el chico en su catedral.
Así que, como siempre, doña María de Molina, que empieza a ser para muchos de nosotros como de la familia, tuvo que poner orden y alejar a esta gente de la ciudad.
En 1313, en Palencia, se llegó a un acuerdo para crear un grupo, que lo formarían los tutores del pequeño. En el mismo estaban su madre, la reina Constanza; su abuela, María de Molina; el infante Juan, hermano de Sancho IV y, por fin, el infante Pedro, hermano de Fernando IV.
Realmente, las luchas por el poder se concentraban en dos bandos. En uno estaba el infante Pedro y en el otro, el infante Juan. Por supuesto, cada uno estaba compuesto por miles de seguidores.
Como ya veremos, este acuerdo no tuvo mucho futuro. Para empezar, Constanza, su propia madre, también murió muy joven, pocos meses después y con sólo 23 años.
Entre los tutores, se formaron dos bandos. En uno de ellos estaban María de Molina y su hijo Pedro, que serían los tutores del rey, pero sólo en los territorios que les obedecían. Mientras que el infante Juan sería el tutor del niño en sus territorios. Esto fue lo acordado en las cortes celebradas, ese mismo año,  en Palencia.
En 1314, tras el fallecimiento de la reina Constanza, se celebró una reunión en Palazuelos, en la que se acordó la entrega del niño en custodia a su abuela, María de Molina. Posteriormente, ambos fueron a residir a Toro (Zamora).
Más o menos, la situación había quedado controlada y así estuvo hasta que en 1319 sucedió un hecho inesperado.
El infante Pedro estaba guerreando, como todos los años, en territorio del reino de Granada. En aquella época, las guerras solían hacerse sólo en primavera y verano, porque el resto del año hacía demasiado frío y los caminos estaban llenos de barro. Imposibles para hacer avanzar a los carros.
Otra de las cosas que solían hacer, tanto los cristianos como los musulmanes, era algo que estos últimos  llamaban aceifas. Consistía en esperar a que los campos dieran sus frutos para desplazarse hasta el territorio enemigo y robárselos, aparte de quemarles las cosechas que no pudieran llevarse consigo. Eso lo solían hacer casi todos los años.
Así que, esta vez, al infante Pedro, se le unió su tío el infante Juan, llamado el de Tarifa. Es curioso que este último se apuntara a luchar contra los moros, porque siempre se había llevado muy bien con ellos.
No obstante, parece ser que se rumoreaba que el infante Pedro pretendía conquistar él solo Granada y, evidentemente, su tío, no podía permitir que esa gloria se la llevara solamente su sobrino.
Lo cierto es que el infante Juan, con sus tropas, se unió a las fuerzas de Pedro, aunque atacaron por dos sitios diferentes.
Como era de esperar, saquearon y mataron a todo el que les dio la gana y, cuando ya iban con un botín más que suficiente, el infante Juan, recomendó retirarse.
Sin embargo, el ejército granadino, que les estaba buscando, al enterarse de que se retiraban, atacó la retaguardia de las tropas cristianas y les causó muchas bajas.
El infante Pedro, que iba a la vanguardia de las tropas, intentó que sus hombres se dieran la vuelta para ayudar a las tropas de su tío, pero no lo consiguió. En la confusión del momento, el infante cayó herido y murió, posteriormente.
Su tío, al conocer la noticia, parece ser que le dio una especie de ataque, que le dejó paralizado. Siendo evacuado a lomos de un burro.
No obstante, el desastre fue tan grande que, en la oscuridad de la noche, perdieron el cuerpo del infante Juan, que también murió y, unos días más tarde,  tuvieron que pedir la colaboración de los moros, para que lo buscaran y se lo entregaran.
Evidentemente, tras este desgraciado suceso, volvieron las luchas de poder, para cubrir las plazas vacantes como tutores del rey.
Esta vez, los principales candidatos fueron el infante Felipe, tío del niño; Juan el tuerto, hijo del infante Juan el de Tarifa, y el famoso escritor don Juan Manuel.
En 1321, se convocaron unas nuevas cortes en Palencia, donde, entre otras cosas,  se iban a decidir los nombres de los nuevos tutores.
Lamentablemente, María de Molina, que era la que había convocado estas cortes, y ya era muy anciana, murió durante el camino y esa reunión no pudo celebrarse.
La situación, cada vez, se tornaba más violenta. Se vivía en una anarquía constante. Cada señor feudal hacía la guerra por su cuenta. El pueblo, absolutamente empobrecido, se dedicaba a mendigar o a robar.
Incluso, muchos de ellos, hartos ya de esa situación, emigraron a Portugal y a Aragón. Esto empobreció aún más al reino.
Para intentar acabar con esta situación, en 1325, cuando el niño cumplió 14 años, se convocaron Cortes en Valladolid, las cuales le declararon mayor de edad.
Alfonso XI nombró como consejeros a Garcilaso de la Vega (no se trata del célebre escritor) y a Alvar Núñez de Osorio, que se convirtieron en sus validos.
En el nuevo reparto no les había tocado nada a don Juan el tuerto y don Juan Manuel, así que, como de costumbre, se reunieron para confabular contra el nuevo monarca. Seguramente, para sellar mejor esta alianza, don Juan Manuel, le otorgó a don Juan la mano de su hija Constanza.
Esta vez, los consejeros del rey, adivinaron la jugada y le pidieron a don Juan Manuel la mano de Constanza para el soberano.
Como estos tipos no tenían moral de ningún tipo, aunque el padre ya había otorgado la mano de su hija a don Juan el tuerto, inmediatamente, cambió de opinión y se la dio al rey. Lógicamente, el rey premió a don Juan Manuel con unos cuantos terrenos.
Juan el tuerto tampoco había perdido el tiempo. Se entrevistó con Alfonso IV de Aragón y éste le cedió la mano de su nieta, Blanca, hija del futuro Pedro IV el ceremonioso. Así que su poder fue en aumento.
No obstante, don Juan el tuerto, viendo que el nuevo rey había ordenado ejecutar a todos los salteadores de caminos y demás gente que ejerciera la violencia en su reino, intentó pasarse a su bando. Sin embargo, don Juan Manuel, le advirtió a su yerno de que estaba tramando algo contra él.
Así que, en 1326, se reunieron el monarca y don Juan el tuerto en la ciudad de Toro. Tras esa entrevista, el rey, ordenó que dieran muerte a don Juan y a los caballeros que le acompañaban. También ordenó que la mayoría de las propiedades del asesinado pasaran a su consejero Núñez Osorio.
También, Alfonso XI, para dar una muestra de su talante, dio orden de atacar el castillo de la localidad vallisoletana de Valdenebro, el cual se sabía que estaba habitado por bandidos. Una vez tomado, ordenó que asesinaran a todos sus moradores. Supongo que el resto de los salteadores de caminos, que abundaban en Castilla, tomaron buena nota de este suceso.
Lo cierto es que el mencionado matrimonio entre el rey y Constanza, aunque se produjo a finales de 1325, nunca se consumó, pues la novia era muy pequeña.
Así que, en 1327, el rey consiguió que se anulase ese enlace para casarse con la infanta María, hija de Alfonso IV de Portugal.
Lógicamente, esta decisión no gustó nada a don Juan Manuel. Así que se apartó del rey e intentó aliarse con los reyes de Aragón y de Granada, para hacer una guerra contra Alfonso XI.
Desgraciadamente, este rey tampoco dispuso de unos consejeros de su entera confianza. Se les acusaba de abusar del pueblo.
En una ocasión en que Garcilaso de la Vega fue enviado a Soria, estando oyendo misa, fue asesinado allí mismo.
Mientras que el comportamiento de Núñez Osorio también dio lugar a que una serie de ciudades se rebelaran contra el rey. Para deponer su actitud, le exigieron al monarca que cesara a su valido y le quitara todos los honores que le había dado.
Al rey no le quedó más remedio que hacerlo. No obstante, como luego vio que su antiguo valido se quería pasar al bando de don Juan Manuel, ordenó que lo asesinaran.
Por otra parte, el rey, pactó la boda entre su hermana y Alfonso IV de Aragón. De esa manera, consiguió que don Juan Manuel se quedara aislado y tuvo que volver con el monarca.
Una vez que consiguió pacificar el reino, puso sus miras en la Reconquista. También, el rey de Granada, al ver que Alfonso XI iba esta vez en serio, pidió ayuda a los benimerines. Gracias a ellos, en 1333, consiguió tomar Gibraltar.
En 1337, Alfonso XI, formó una gran alianza para intentar culminar esa gran  empresa de la Reconquista. Supo atraer a su bando a los reyes de Aragón, Portugal y Navarra. También dispuso de una escuadra de Génova y de contingentes terrestres venidos de Inglaterra y de Alemania.
En 1340, gracias a esa gran cantidad de efectivos terrestres, alcanzaron una importante victoria en la famosa batalla del Salado.
Tras varios años de lucha, en 1344, consiguieron tomar Algeciras, que era el puerto que solían utilizar los musulmanes para traer refuerzos de África.
En 1349, los cristianos, se dispusieron a intentar reconquistar Gibraltar. Desgraciadamente, un año antes, había llegado una terrible plaga a la Península Ibérica. Se trataba, nada menos, que de la famosa Peste Negra.
Así que esta enfermedad llegó hasta el campamento cristiano y produjo una gran cantidad de muertos. Entre ellos, el propio Alfonso XI, que murió, con sólo 39 años, en marzo de 1350.
Lo más positivo de su reinado es que fue capaz de pacificar el país a base de castigar duramente a los salteadores de caminos. De esa forma, tampoco, los nobles,  se atrevieron a seguir utilizando la violencia contra el pueblo.
También es preciso decir que el reinado de este monarca no le dio estabilidad a la corona, sino todo lo contrario.
Como ya mencioné anteriormente, había casado con una hija de Alfonso IV de Portugal. Esta le dio dos hijos.
 El primero murió muy pronto, mientras que el segundo fue el futuro Pedro I, llamado el cruel. Lo cierto es que la reina tardó varios años en quedarse embarazada.
En sus correrías por Andalucía, Alfonso XI, conoció a una dama noble y que tenía fama de ser muy hermosa. Se llamaba Leonor de Guzmán. Aunque la conoció cuando ella sólo tenía 19 años, ya era viuda y también era un año mayor que el soberano.
Así que, de estos amores, el rey llegó a tener un hijo, un año antes de que quedara embarazada su mujer.
Esto hizo que Leonor fuera siempre la favorita del rey y que la reina viviera sola con su hijo en un palacio de Sevilla, sin que el rey les hiciera ningún caso.
Tampoco los demás les hacían caso, porque, como todos sabían que el rey le daba todos los caprichos a Leonor, pues todos se acercaban a la favorita para pedirle algo.
Esa relación duró muchos años y Leonor le dio nada menos que 10 hijos al rey. Sólo acabó con la muerte de éste.
Uno de esos hijos  llegaría a ser rey con el nombre de Enrique II, aunque, para ello, tuvo que matar a su hermanastro, Pedro I.
Tras la muerte de Alfonso XI y la llegada de Pedro I al trono, a Leonor, las cosas le fueron de mal en peor.
Fue apresada, cuando acompañaba a la comitiva fúnebre de Alfonso XI, camino de Sevilla. La encerraron en distintas prisiones, hasta que, en 1351, María la madre de Pedro I, dio la orden para que la mataran en Talavera de la Reina.