ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 31 de marzo de 2018

EL INFAME EXPERIMENTO TUSKEGEE


Normalmente, cuando se acude a un médico, se hace para que nos cure de alguna enfermedad. Para ello, es fundamental que tengamos confianza en él. Es posible que más de uno, después de leer este artículo, se replantee esa confianza.
En 1932, el Departamento de Enfermedades Venéreas del Servicio 
Nacional de Salud de los USA se planteó si los medicamentos que existían en aquel momento para tratar la sífilis eran adecuados para ello o demasiado tóxicos y podrían dar lugar a otras enfermedades derivadas del uso de los mismos.
Así que, sin pensárselo dos veces, decidieron realizar un programa en el Hospital de Tuskegee, en Alabama, el cual sólo trataba a pacientes negros. Con lo cual, ya os vais imaginando por dónde iba la cosa, porque la sífilis también afectaba de igual manera a los blancos.
Ni que decir tiene que esta investigación se pagó con fondos del Estado y la mayoría de los sanitarios que participaron eran funcionarios del mismo.
Curiosamente, en un principio, sólo estaba pensado que esta investigación durase unos 6 meses, pero luego decidieron alargarla hasta que murieran todos los pacientes. Por eso duró nada menos que 40 años y eso fue porque salió a la luz, pues todavía quedaban pacientes con vida.
Para realizar el estudio, se eligieron a 400 hombres afectados por la sífilis y otros 200 perfectamente sanos. Todos ellos de raza negra y residentes en el condado de Macon (Alabama).
Para empezar, hay que tener en cuenta que, en 1932, la población de USA, estaba sumida en una profunda depresión a causa de la famosa Crisis de 1929.
Así que no tuvieron muchos problemas para seleccionar a sus víctimas a base de poner carteles en todas las esquinas, donde se prometía curación para la “mala sangre”, tratamiento gratis, comida caliente los días que acudieran a revisión y, en caso necesario, sepelio gratis. Incluso, animaban a que acudieran los pacientes con sus familias.
Realmente, la idea de esos médicos no era tratar la sífilis de esos enfermos, sino estudiar el
progreso de la misma. Sin importarles en absoluto que esos pacientes murieran a causa de ella. De vez en cuando, les inyectaban un placebo para que pareciera que les estaban tratando su enfermedad.
Es más, a partir de los años 40, los médicos tuvieron un gran aliado con el descubrimiento de la penicilina. Sin embargo, no se les suministró a este grupo de pacientes y ni siquiera se les informó acerca de la enfermedad que tenían.
Por supuesto, ni se molestaron en pedirles permiso para experimentar con ellos. Quizás, por eso mismo, tuvieron buen cuidado en elegir pacientes que fueran analfabetos.
Sin embargo, les habían prometido que les iban a curar y, como ya dije, en caso de fallecimiento,  les iban a pagar todos los gastos del entierro. Eso sí, estaban obligados a aceptar que, tras su muerte, les harían una autopsia.

Además, para asegurarse de que no acudieran a otros médicos, les dijeron que, en el caso de que lo hicieran, ellos dejarían de realizarles su “tratamiento” gratuito.
No sé si contrataron a Eunice Rivers, una enfermera local de raza negra, para que los pacientes acudieran más confiadamente a recibir su “tratamiento”. De hecho, fue la persona que más años estuvo trabajando en este cruel experimento. Parece ser que su presencia y sus palabras sirvieron  para convencer a muchos pacientes sobre la bondad del tratamiento. De hecho, era una persona de ese lugar y todos se fiaron de ella, porque siempre les había curado.
Además, fue una de las primeras personas de color, que trabajaron en el Servicio Nacional de Salud y fue premiada por su departamento con las más altas condecoraciones por su empeño en esta larga investigación.
Incluso, se dice que, en una ocasión, fue a hablar con un médico privado, al que había acudido uno de los pacientes, para hablar con él y convencerle de que no tratara al enfermo, porque, según dijo, ya lo estaban haciendo ellos.
Como suele ocurrir en estos casos, cuando los descubrieron, muchos de ellos se defendieron con esa manida excusa de que se limitaban a cumplir órdenes.
Curiosamente, es lo mismo que dijeron los guardianes de los campos de exterminio nazis o los militares que mataron a miles de personas, durante las dictaduras militares, que sufrieron varios países de Sudamérica.
Paradójicamente, en esa misma época, varios vecinos de esa localidad, también de color, se hicieron famosos, pues estaban defendiendo a USA, como pilotos, en la II Guerra Mundial
En 1943, el Congreso de USA, aprobó la llamada Ley Henderson, por la se habilitaron fondos para tratar a los enfermos de sífilis con penicilina.
A pesar de ello, los médicos de este experimento se la siguieron negando a sus pacientes. Incluso, les hicieron algunas pruebas dolorosas, como la punción lumbar, argumentando que eran nuevos tratamientos.
En 1964, la Organización Mundial de la Salud, exigió que en los experimentos con seres humanos, se pidiera un consentimiento expreso y firmado, por parte de los pacientes. Sin embargo, estos médicos pasaron del tema y siguieron a los suyo. Como si la cosa no les afectara.
Lo más curioso de este asunto es que no tenía casi nada de secreto, porque, estos médicos, publicaron un montón de artículos, a lo largo de los muchos años que duró este experimento.
Incluso, al entrar USA en la II Guerra Mundial,  unos 250 de esos pacientes fueron llamados para alistarse en el Ejército. Naturalmente, los médicos militares comprobaron que padecían sífilis y fueron declarados inútiles. No obstante, los médicos del experimento siguieron sin proporcionarles medicamentos a pesar de que ya existía una campaña nacional, en ese país, para la erradicación de esa enfermedad.
En 1966, Peter Buxtun, un investigador de origen checo, del servicio nacional de salud,  que se dedicaba al estudio de las  enfermedades venéreas, envió un escrito a sus superiores, donde dudaba de la moralidad de esa investigación. Sin embargo, le contestaron que estaban esperando que murieran todos esos pacientes a fin de hacerles las autopsias para completar ese estudio.

Siguió protestando durante varios años y como nadie le estaba haciendo caso, Buxtun, se decidió por acudir a la prensa. Concretamente, a la famosa agencia de noticias Associated Press.
Así, en julio de 1972, el Washington Star, publicó un artículo sobre este tema y al día siguiente saltó nada menos que a la portada del New York Times.
En aquella época, gobernaba en USA el republicano Nixon. Así que los demócratas, encabezados por Edward Kennedy, llevaron este asunto al Congreso. Hicieron que compareciera Buxtun, crearon una comisión exclusivamente para este tema y se montó tal escándalo a nivel nacional que se prohibió seguir con este cruel estudio.
También se compensó económicamente a los supervivientes y a los familiares que habían resultado contagiados y se les dio un tratamiento médico gratuito. En ese momento, ya sólo quedaban 74 pacientes vivos. Con respecto a los demás, 28 habían muerto de sífilis y otros 100 de las complicaciones producidas por esa enfermedad. También 40 esposas fueron contagiadas por sus maridos y 19 niños ya nacieron con esa enfermedad.
En 1974, todo este tema dio lugar a la promulgación de la Ley Nacional de Investigación, que controla y regula la investigación con personas.
Uno de los médicos que intervinieron en este escándalo dijo de una manera muy cínica: “La situación de esos hombres no justifica el debate ético. Ellos eran sujetos, no pacientes; eran material clínico, no personas enfermas”.
En 1997, el presidente Bill Clinton, se reunió con 5 de los supervivientes de este escándalo y les pidió oficialmente disculpas diciendo que: “No se puede deshacer lo que está hecho, pero podemos  acabar con el silencio. Podemos  dejar
de mirar hacia otro lado, miraros a los ojos y, finalmente, decir, de parte del pueblo americano, que lo que hizo el Gobierno estadounidense fue vergonzoso y que lo siento”.
Lo más increíble de este asunto es que no he visto que a los responsables de esta aberrante investigación les hubiera ocurrido absolutamente nada. Ni siquiera se les vio que se arrepintieran por lo que hicieron. Muchos de ellos afirmaban haber hecho eso “para la gloria de la Ciencia”.
Curiosamente, en la posguerra, los jueces de USA fueron los que más sentenciaron a los infames médicos nazis a la pena de muerte y casi todos acabaron en la horca. De hecho, algunos periodistas le preguntaron a uno de los directores de esa investigación si no veía un parecido con lo que habían hecho los médicos nazis y, sin inmutarse, lo negó.
Sin embargo, cuando detuvieron a los científicos japoneses, que habían hecho lo mismo con prisioneros de guerra, incluidos los de USA, se los llevaron a su territorio, para que les enseñaran sus experimentos y les dieron inmunidad absoluta.
Todavía en 2008, un sacerdote negro fue preguntado si de verdad pensaba que el Gobierno USA podría haber creado el virus del SIDA y él respondió que “es capaz de cualquier cosa”. No me extraña a la vista de lo que ocurrió en Tuskegee.
Así que no es de extrañar que se propagara tan rápidamente el SIDA, ya que los pacientes negros se negaban a ir al médico, por si acaso.
En 2010, se supo que, durante los años 40,  otros médicos de USA habían inyectado una serie de enfermedades venéreas a unos pacientes en Guatemala. Sin decirles nada, claro está.  Esta vez, la que pidió perdón por ello fue Hillary Clinton, entonces Secretaria de Estado de USA.
Como ya dije al principio, cuando uno acude a un médico, aparte de estar enfermo, es porque se fía de él. Aquí ocurrió que muchos pacientes, sobre todo, los de raza negra, dejaron de acudir a los servicios sanitarios por temor a que les ocurriera lo mismo. La verdad es que no me extraña en absoluto.
El Dr. John Heller, uno de los varios directores que tuvo esta investigación alcanzó una gran
fama, siendo elegido presidente de la Asociación USA de Enfermedades Venéreas. Casualmente, Heller, es un apellido de origen alemán. Significa "brillante".
Incluso, entre 1948 y 1960 fue director del Instituto Nacional del Cáncer y consiguió una gran cantidad de fondos estatales para ese organismo.
Desde ese puesto, consiguió que el Gobierno realizara una campaña para disminuir el consumo del tabaco a fin de reducir los casos de cáncer producidos por el mismo.
Precisamente, en 1989, cuando murió, se publicó en el New York Times, un obituario glosando sus grandes logros científicos. Por supuesto, no mencionaron en absoluto lo que había hecho en Tuskegee.
Yo siempre había pensado que España era el único país donde sólo hablan bien de ti cuando te mueres, pero ahora he visto que en USA pasa lo mismo.
Curiosamente, la periodista de Associated Press con la que habló el Dr. Buxtun para denunciar esta cruel investigación, se llamaba Jean Heller, aunque no parece que tuviera ningún parentesco con el médico que he citado anteriormente.

martes, 27 de marzo de 2018

HORST KOPKOW, UN PRESUNTO CRIMINAL DE GUERRA NAZI


Como siempre he dicho, alguna vez nos enteraremos de verdad de lo que verdaderamente pasó antes, durante y después de la II Guerra Mundial. Según vamos comprobando, sólo nos hemos ido enterando de lo que les ha interesado comunicar a los vencedores de esa guerra.
Esta vez traigo al blog un personaje con un espantoso historial y que actuó antes y después de ese gran conflicto bélico. 
Ahora no recuerdo si fue en la película titulada “Z” o en “Estado de sitio”, ambas de Costa-Gavras, aparecen en una escena unos policías donde afirman que los gobiernos pasan, pero todos los regímenes necesitan una policía. O algo por el estilo.
En el caso de hoy, vamos a ver la vida de un personaje llamado Horst Kopkow, nacido en 1910, en la localidad de Ortelsburg,  situada en la antigua Prusia Oriental alemana.
Tras el final de la II Guerra Mundial, esa zona se cedió a Polonia y hoy en día esa ciudad se llama Szczytno.
Era el menor de un matrimonio que tuvo 6 hijos. Su padre era comerciante y también tenía un hostal.
Como otras muchas familias europeas, ésta perdió a los dos hijos mayores combatiendo en la I Guerra Mundial. Parece ser que este hecho y los efectos de la derrota sobre Alemania, más las duras consecuencias  del Tratado de Versalles, dicen que marcaron el carácter de Horst.
Parece ser que no fue un mal estudiante y comenzó la carrera de Farmacia, pero pronto la dejó, tras ingresar en el partido nazi. Muy pronto llegó a ser uno de los líderes locales de ese partido. Incluso, conoció a Gerda, su futura esposa, cuando ella era también una de las líderes de la sección femenina del mismo partido.
En su afán por destacar, tras la llegada de Hitler, ingresó en las temidas SS, aquellos grupos que atemorizaban a los alemanes con sus uniformes de color negro. Posteriormente, cuando fueron a luchar al frente, vistieron unos uniformes del mismo color que los del Ejército, aunque conservaron sus distintivos, que denotaban su procedencia.
En 1937, parece ser que sus jefes vieron el potencial de este personaje y lo trasladaron a
la sede central del nuevo RSHA, en Berlín. Esta institución se fundó para centralizar en un solo organismo el mando central de todos los servicios de seguridad del III Reich.
Este organismo tuvo unos directores, que, desgraciadamente, son muy conocidos por todos. El primero fue Reinhard Heydrich. El segundo, Heinrich Himmler. Por último, Ernst Kaltenbrunner.
En 1939, nuestro personaje ya había ascendido a comisario de la temida Gestapo y figuraba como jefe de un departamento encargado de atrapar espías, enemigos del régimen y saboteadores.
En aquella época, Hitler dio una orden en la que obligaba a que todos los que atraparan a este tipo de gente, los mataran en el acto, aunque se les pillara vistiendo sus uniformes militares. Algo que contraviene el Derecho Internacional y todos los convenios sobre prisioneros de guerra.
De hecho, a más de un mando alemán le costó la pena de muerte el haber ordenado el asesinato de los prisioneros de guerra aliados, durante la ofensiva de las Ardenas.
Así que tanto Horst como los agentes a su mando cumplieron esta norma a rajatabla y, tras capturar a este tipo de gente, los sometían a duros interrogatorios para, posteriormente, enviarlos a uno de los múltiples campos de exterminio, donde serían asesinados y hechos desaparecer en sus famosos hornos.
En la posguerra, el servicio británico, denominado SOE, se encargó de llevar a cabo una investigación sobre el final de sus muchos agentes perdidos durante el conflicto. No faltaron testigos, entre los presos de esos campos, que contaron haber visto cómo muchos de esos agentes fueron fusilados o ahorcados en los mismos. A algunas de ellas, como Violette Szabo, ya he dedicado alguno de mis anteriores artículos.
Incluso, en algunos casos, como en el del campo de exterminio de Natzweiler, situado en Alsacia (Francia), algunos testigos afirmaron que varias de estas mujeres fueron conducidas hasta esos hornos, cuando aún se hallaban vivas y lucharon contra los operarios de los mismos para no ser incineradas.
Por ello, muchos de los funcionarios de las SS, que trabajaban en esos campos, fueron llevados ante los tribunales, juzgados y ejecutados. Parece ser que los jueces no tuvieron en cuenta el manido argumento de la “obediencia debida”, que suelen esgrimir estos carniceros en muchos países.
La investigación de estos casos los llevó a cabo una veterana agente del SOE, llamada Vera Atkins. Poco a poco, esta investigadora fue estrechando el cerco y todos los indicios llevaban a pensar que el principal responsable de estos asesinatos era nuestro personaje de hoy.
Durante los interrogatorios, muchos de los agentes de las SS llegaron a confesar que, tras haberle hecho  entrega de varios detenidos a Kopkow, jamás se les volvió a ver con vida.
Lo cierto es que era un tipo muy escurridizo, porque no solía aparecer en los papeles, ni firmar las órdenes que daba, pero había infinidad de testigos que le señalaban como uno de los principales culpables de estos asesinatos. Lo cierto es que las órdenes escritas procedían de su departamento y el único responsable del mismo era él.
Atkins, estuvo realizando sus investigaciones en Alemania hasta mediados de 1946. Posteriormente, regresó al Reino Unido, donde redactó y entregó sus informes, dejando en los mismos que le avisaran en el caso de que alguien conociera el paradero de Kopkow.
Así que, al poco tiempo, alguien le informó de que la persona a la que buscaba ya se encontraba, junto con su secretaria, en poder de los británicos.
Parece ser que lo tenían recluido en un campamento militar británico, situado en la localidad alemana de Bad Nenndorf, donde se dedicaban a interrogar a los que consideraban personajes importantes del régimen nazi.
Lo cierto es que Kopkow les supo vender muy bien sus conocimientos sobre los servicios de espionaje de la antigua URSS. Previsiblemente, el próximo enemigo de los aliados durante la llamada Guerra Fría.
Precisamente, uno de sus interrogadores fue el famoso Kim Philby, que hasta había estado en la Guerra Civil española, donde fue condecorado, por el bando nacional,  por haber resultado herido en un bombardeo.
Muchos años después, se supo que se trataba de un agente de la URSS, infiltrado en la Inteligencia británica, pero no lo pudieron capturar, porque huyó antes de que lo arrestaran.
Evidentemente, durante los interrogatorios, Kopkow,  no mencionó en absoluto su labor durante la guerra, consistente en ordenar el exterminio de todo el que cayera en sus manos.
Parece ser que impresionó muy positivamente a los interrogadores británicos por sus conocimientos sobre el espionaje de la antigua URSS, contándoles muchas cosas que desconocían.
De hecho, algunos de ellos se preguntaron si les estaba contando la verdad o solamente pretendía lograr que los británicos desconfiaran aún más de sus aliados soviéticos.
Más o menos, lo mismo que hizo el general Reinhard Gehlen, al que ya le dediqué otro de mis artículos.
Paradójicamente,  los aliados estuvieron en esos años enjuiciando y condenando a muchos nazis y, por otra parte, llevándose a otros a su país para que colaboraran con ellos.
Evidentemente, eso último no lo hicieron público en su momento, sino muchos años más tarde.
Parece ser que, antes de empezar a hablar, los británicos, habían hecho una especie de trato con Kopkow para que les contara lo que sabía.
Atkins siguió investigando e interrogando a los antiguos presos de los campos. Algunos de ellos recordaban haber conocido a un preso británico, llamado Frank Chamier. Un personaje digno de que le dedique todo un artículo sólo para él. De momento, sólo voy a decir que se trataba de un agente del MI6.
Como llevaban mucho tiempo sin saber nada de él y movidos por la presión que estaban realizando sus familiares, le preguntaron a Kopkow si sabía algo de él. Parece ser que se puso pálido de repente, perdió su habitual compostura y, poniéndose muy nervioso, negó saber nada sobre ese tema. Lo que fue un signo inequívoco de que estaba mintiendo.
Parece ser que llegó a admitir su participación en los duros interrogatorios realizados a Chamier, pero, para intentar salvarse, afirmó que el prisionero había muerto en uno de los muchos bombardeos aliados sobre Alemania.
En la única sesión de los interrogatorios a Kopkow en la que dejaron participar a Atkins, ésta le preguntó dónde habían llevado a los agentes capturados, que no habían aparecido. Él le dijo que habían sido trasladados a un campo de concentración en Silesia, cercano a la Prusia Oriental. Es posible que lo dijera porque sabía que allí no podrían hacer investigaciones los británicos, ya que aquella zona había quedado en poder de los soviéticos.
Seguramente, los del MI6, consideraron que deberían de custodiar más de cerca a su nuevo fichaje, así que lo trasladaron a un centro de interrogatorios, donde sólo podían entrar agentes de esa organización, situado en el Reino Unido.
Como vieron que los investigadores sobre crímenes de guerra se estaban acercando demasiado a su protegido, ante un requerimiento para un nuevo interrogatorio, les respondieron que Kopkow había muerto. Por lo visto, los del SOE, ya habían conseguido que alguno de sus subordinados fuera ahorcado por haber matado a sus agentes. Incluso, alguno de ellos ya había acusado a Kopkow de ser el que ordenaba esos asesinatos.
Así que a los investigadores del SOE no les quedó otra que dar por cerrado el expediente de Kopkow, mientras éste era devuelto a la zona de Alemania ocupada por el Reino Unido. Sólo que esta vez trabajaría para ellos, pero con un nombre falso, el de Peter Cordes. También le buscaron un trabajo como directivo de una fábrica textil en Alemania.
Parece ser que no se le permitió reunirse con su familia hasta dos años después de haber sido capturado. Luego, vivieron juntos, pero haciéndose pasar por un tío de sus propios hijos.
Kopkow siguió trabajando en los años 50 para los británicos. Se cree que trabajó para ellos durante 20 años. A cambio, nadie le volvió a preguntar sobre sus actividades durante la II Guerra Mundial. Parece ser que los documentos que le podrían incriminar fueron destruidos, probablemente, por sus amigos británicos, y nadie pudo probar nada contra él.
Lo cierto es que hay que reconocer que se supo vender muy bien al MI6. En cambio, la mayoría de sus colaboradores fueron encarcelados y muchos de ellos ejecutados por los crímenes cometidos. Se calcula que, Kopkow, estuvo, al menos, implicado en el asesinato de 118 agentes británicos. Probablemente, fue mayor el número de sus víctimas de otras nacionalidades.
Parece ser que también estuvo implicado en la investigación y muerte de muchos de los acusados de estar dentro del complot fallido de von Stauffenberg.

El MI6 sólo dejó que le molestara la Policía alemana cuando, unos años más tarde, quiso interrogarle, dentro de una investigación para conocer el paradero de su jefe, Heinrich Müller, el cual desapareció al final de la guerra y nunca más se supo nada de él.
No obstante, un reportero británico dio con él en 1986. No accedió a ser filmado, pero sí contestó a las preguntas del periodista.
En un momento dado, dejó pasmado al periodista cuando le dijo que sabía que los británicos habían buscado voluntarios en sus cárceles para lanzarlos sobre Francia. Así que él, al eliminarlos, le había hecho un buen servicio al Reino Unido.
Parece ser que le llegó la muerte en 1996 a causa de una neumonía. Su fallecimiento se produjo en un hospital de la ciudad de Genselkirchen.
Todo esto me recuerda un viejo poema de Ramón de Campoamor, el cual dice así:
“Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira”

domingo, 25 de marzo de 2018

EL INCIDENTE DE VENLO, UNA CHAPUZA DEL MI6



Seguro que, a fuerza de leer novelas y ver películas, donde se dice que los agentes de la CIA o los del MI5 o MI6 son una especie de superhombres, seguro que más de uno se lo habrá creído. Así que esta vez voy a narrar un hecho, donde todos podremos ver que a veces cometen errores garrafales como el resto de los mortales.

En los años 30, el servicio de espionaje del Reino Unido, más conocido como MI6 o SIS, había ampliado sus redes, en previsión de una futura guerra mundial, para espiar a posibles enemigos, como podría ser la Alemania de Hitler.
Parece ser que en las principales embajadas británicas habían destinado una serie de agentes en la llamada “Oficina de control de pasaportes”. Una especie de camuflaje, que no creo que pasara desapercibida para los servicios secretos enemigos.
En la estación de La Haya (Holanda) había dos agentes. Uno de ellos era un antiguo oficial de Inteligencia, que, supuestamente,  ahora sólo se dedicaba a los negocios y residía en ese país con su esposa de nacionalidad holandesa. Su nombre era Sigismund Payne Best.
El otro personaje de esta historia era el mayor Richards H Stevens, un oficial que había estado destinado en la India, donde ya había trabajado en labores de Inteligencia. Parece ser que había aceptado ese destino en Holanda, porque le habían prometido un rápido ascenso en su carrera militar.
Cierto día, contactó con ellos un tipo que decía huir de la persecución a que había sido sometido en Alemania. Decía llamarse Dr. Franz Fischer. Así que no tuvo ningún problema
para integrarse entre los miles de refugiados que huían de Alemania.
Fischer, que era un agente de la SD alemana,  se puso en contacto con estos dos agentes británicos y les dijo que les iba a presentar a un oficial alemán para hablarles del malestar dentro de su Ejército con el régimen de Hitler.
Parece ser que Fischer fue presentado a estos agentes por uno de los jefes de la comunidad de exiliados alemanes, el Dr. Karl Spiecker, que colaboraba con la Inteligencia británica.
Estamos a primeros de septiembre de 1939. Alemania acababa de invadir Polonia y lo que pretendían los agentes alemanes era convencer a los británicos de que los militares no estaban contentos con Hitler, por haber sufrido más bajas de las previstas, durante el ataque a Polonia. Lo de las bajas era cierto.
Unos días después, el grupo se reunió en un hotel de la localidad fronteriza holandesa de Venlo. Fischer les presentó a un militar que dijo llamarse mayor Solms, pero que, en realidad, se trataba de Johannes Travaglio. Otro agente secreto alemán.
Parece ser que los alemanes intentaron convencer a los británicos de que se querían quitar del medio a Hitler y firmar un tratado de paz con el Reino Unido. No obstante, los británicos, respondieron que necesitaban hablar con un oficial de mayor rango para discutir los pormenores de ese tratado a lo que los alemanes no pusieron ningún reparo.
El elegido para asistir a esas reuniones era otro agente llamado Walter Schellenberg. Éste asistió a varias reuniones con los espías británicos. Incluso, una de ellas se realizó en las propias oficinas del MI6 en La Haya. Algo realmente insólito.
Aparte de ellos, también asistieron a esas reuniones un agente holandés, llamado Dirk Klop, y varios agentes alemanes.
Parece ser que el agente holandés les facilitaría las reuniones en zonas fronterizas, que, en aquella época, estaban ocupadas por el Ejército holandés, debido a la amenaza de una inminente guerra.
En esas conversaciones se discutieron diversos aspectos. Parece ser que en el que todos pusieron el máximo interés fue cómo deshacerse de Hitler.
Otros temas fueron la retirada alemana de Austria, Checoslovaquia y Polonia. Aparte de la devolución a Alemania de sus colonias confiscadas tras el final de la I Guerra Mundial. También se discutió la creación de una alianza contra la antigua URSS.
Como los alemanes decían querer asegurarse de que los británicos eran representantes del Gobierno de su país, les pidieron que el servicio en alemán de la radio de la BBC, emitiera unos párrafos que les suministraron ellos. Unos días después, los párrafos fueron emitidos, tal y como deseaban los alemanes.
No sé si todo esto os suena de algo, pero a mí, más o menos, me recuerda lo que, según parece, fue a decir Rudolf Hess, cuando aterrizó con su avión en territorio británico.
Parece ser que los alemanes les contaron que su idea no era asesinar a Hitler, porque eso llevaría a su país al caos. Sin embargo, pretendían detenerle a fin de que le obligaran a ordenar a los miembros de su Gobierno que iniciara conversaciones de paz con el resto de las potencias.
No obstante, los alemanes, decían querer asegurarse, previamente, si podrían contar con la promesa de Francia y el Reino Unido a fin de obtener una paz justa y honorable para Alemania. Estaba claro que no se les había olvidado lo que les pasó en Versalles.
Los británicos insistían en hablar con algún general alemán a fin de poder llegar a algún acuerdo con alguien que tuviera un mando efectivo. Así que esta vez quedaron en el café Backus, situado en la localidad de Venlo, muy cerca de la frontera con Alemania.
Los alemanes les habían prometido que les entregarían unos documentos muy importantes, para que los custodiaran, en el caso de que fracasara el supuesto complot contra Hitler.
La mayoría del Gobierno británico, presidido por Chamberlain, que fue informado de todo esto, estuvo a favor de estas conversaciones. El único que se opuso a ellas fue el célebre Churchill, que por entonces era el ministro de Marina.
Según dicen algunos autores, se confió tanto en esas conversaciones que, por eso mismo, Neville Chamberlain perseveró en su política de apaciguamiento a fin de no tener que enfrentarse con Alemania.
La verdad es que no era la primera vez que unos alemanes con buena voluntad se entrevistaban con representantes de otros países a fin de evitar lo que sería otra nueva guerra mundial. Así que, quizás, por ello, el Gobierno y los agentes británicos se prestaron a ese engaño.
Evidentemente, los alemanes, también habían informado de esas reuniones a sus superiores. Por ello, Himmler, había dado la orden de atrapar a esos agentes británicos y llevarlos a territorio alemán.
Así que, cuando, a las 4 de la tarde del 9 de noviembre de 1939, los británicos llegaron a ese café fueron sorprendidos por un grupo de alemanes que los detuvieron y los metieron en sus coches. El agente Klop intentó escapar, disparando con su pistola, pero fue herido y también llevado a Alemania.
Los detenidos fueron trasladados hasta la ciudad de Düsseldorf, donde Klop murió a causa de sus heridas. Parece ser que tenía un balazo en la cabeza, que fue el que le ocasionó la muerte.
Unos días antes, el carpintero alemán Georg Elser, había intentado asesinar a Hitler, colocando una bomba en un local donde éste iba a dar un discurso. La bomba explotó, pero no pilló a Hitler, porque se marchó antes de lo previsto.
Sin embargo, el 21 de noviembre, Himmler, hizo públicas las detenciones de estos agentes, para intentar culparles de haber intervenido en ese complot internacional contra Hitler y así poder asegurarse un motivo para declarar la guerra a esos países.

Curiosamente, los dos agentes británicos fueron llevados a los famosos campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau, pero no los asesinaron, como solían hacer con muchos de lo que destinaban a esos centros.
Durante mucho tiempo, se dedicaron a interrogarles y parece ser que fueron muy convincentes, porque les sacaron varias listas de agentes británicos en diferentes países. Con lo cual, se cargaron buena parte de la red de espionaje del MI6 en Europa. De hecho, los alemanes, consiguieron arrestar a la mayor parte de esos agentes.
Parece ser que, posteriormente, por ese motivo, Churchill, hubo que crear el famoso SOE y encargarle los sabotajes a realizar en Europa, porque los alemanes habían descubierto a la mayoría de los agentes del MI6.
Así que esta vez, los británicos, escarmentaron y abandonaron la política de apaciguamiento con Alemania.
Algunos autores dicen que los alemanes perdieron la oportunidad de haber intentado convertir a esos agentes británicos en agentes dobles, tal y como solían hacer los del MI5, pero no se aprovecharon de ello.

Lógicamente, los alemanes, esta vez no respetaron la neutralidad de Holanda y al año siguiente la invadieron, junto con Bélgica, en su camino hacia Francia. Se excusaron en que en ese país se había organizado un complot para dar muerte a Hitler.
Aunque parezca mentira, los dos agentes británicos, consiguieron sobrevivir y fueron puestos en libertad tras la liberación de Dachau, en abril de 1945.
Sin embargo, otros autores afirman que, al final de la guerra, ambos agentes fueron conducidos por unidades de las SS, junto con otros 140 presos importantes, hasta una localidad al sur del Tirol. Allí fueron abandonados por sus carceleros ante la inminente llegada de las tropas USA a esa zona. No se sabe si la intención de esos miembros de las SS era negociar su libertad mediante la entrega de estos importantes presos.
Lo cierto es que nunca ha estado muy clara la actitud alemana. Hay quien dice que la decisión de secuestrar a los agentes británicos no fue bien vista en todos los niveles del Gobierno alemán.
Se cree que esa orden partió directamente de Hitler, porque Himmler estaba más a favor de intentar organizar una alianza con el Reino Unido para combatir a la URSS.
Supongo que a Hitler le ocurriría como le suele suceder a muchos jefes, que les encanta mandar, pero no saben lo que están mandando.
Tanto es así que, al final de la guerra, los aliados, se negaron a apoyar los intentos de asesinar a Hitler. La razón era que se había empeñado en enseñar a los militares cómo tenían que dirigir la guerra.
Así que, como no daba una, pues era el mejor “amigo” de los aliados y no les interesaba que tomara su puesto un militar experto en la materia.
Hitler en persona condecoró con la prestigiosa Cruz de Hierro al mayor Naujocks, jefe del comando de las SS, que secuestró a los agentes británicos y los llevó hasta el territorio alemán.
Precisamente, este mayor de las SS también fue el jefe del comando que realizó la primera operación bélica de la II Guerra Mundial. Esta consistió en un ataque a una emisora alemana en la frontera con Polonia, simulando que eran soldados polacos, y dejando muerto en ese edificio a un preso polaco, para que todos pensaran que lo habían hecho los polacos.

Por otra parte, Heydrich,  en todo este asunto, sólo buscaba sacar la máxima información posible a fin de eliminar los focos de oposición hacia el régimen de Hitler en el interior de Alemania. Particularmente, buscaba la cabeza del almirante Canaris, jefe del servicio de Inteligencia llamado Abwehr.
Parece ser que la postura oficial del Gobierno alemán, o sea, de Hitler, fue utilizar este incidente para culpar a los servicios británicos de Inteligencia de haber organizado el fallido atentado de Georg Elser, aunque éste siempre afirmó que había actuado completamente solo.
De hecho, el propio Hitler, anunció que Elser y los dos agentes británicos serían juzgados juntos por el fallido atentado contra su persona.
El Gobierno holandés, a fin de hacer valer su neutralidad,  pidió, inmediatamente, aclaraciones al alemán, pero nunca fueron escuchados en Berlín.
Lo cierto es que todavía hay muchos puntos oscuros en este asunto y a eso contribuye que todavía haya mucha documentación que no han permitido que saliera a la luz. En 2009 fueron desclasificados por el Reino Unido,  los últimos documentos relacionados con este incidente.

miércoles, 21 de marzo de 2018

LA REINA CRISTINA DE SUECIA


Hoy voy a hablar sobre uno de esos curiosos personajes que aparecen de vez en cuando en la Historia. Se trata de una mujer que siempre consiguió hacer lo que le dio la gana en un mundo donde sólo los hombres solían llevar la voz cantante. Me refiero nada menos que al siglo XVII.
Nuestro personaje de hoy es  la reina Cristina de Suecia. Nació en 1626 en el castillo real de Estocolmo. Sus padres fueron el rey Gustavo II Adolfo de Suecia y María Leonor de Brandeburgo.
Pertenecía a la dinastía de los Vasa, que llevaba unos 100 años en el trono de Suecia, tras haber vencido y expulsado a los daneses.
Curiosamente, tanto su madre como su abuela paterna eran alemanas. Así que su familia siempre tuvo vínculos con el norte de Alemania y se expresaba indistintamente en sueco o en alemán.
Parece ser que su madre estaba empeñada en darle a su marido un varón, como heredero al trono, pero nunca lo consiguió, porque, lamentablemente, sufrió varios abortos.
No sé si la razón para este empeño pudiera estar en que el rey también tuvo una amante holandesa, que le dio un varón y que nació 10 años antes que Cristina. Siendo reconocido por el rey y recibiendo, por ello, varios títulos nobiliarios.
No obstante, aunque parezca mentira, el nacimiento de Cristina contentó más a su padre que a su propia madre, con la que nunca se llevó muy bien. Incluso, hay quien dice que intentó matarla en un par de ocasiones.
En una de ellas, una doncella, que había venido desde Alemania con la reina, se dejó caer a la niña. No le causó un daño importante. Sin embargo, le produjo una lesión en un hombro, que le duró toda la vida.
En un alarde de previsión, su padre, consiguió que los consejeros del reino votaran a favor de Cristina, como sucesora en el trono, cuando ésta sólo tenía un año. No obstante, estaba previsto que, si en el futuro llegaba a nacer un varón, le darían prioridad a éste en el orden sucesorio.
Parece ser que el rey era un hombre muy valiente, pero nunca fue un buen estratega. Fue seducido por las tramas del cardenal Richelieu para que Suecia entrara en la famosa Guerra de los Treinta Años y así no tener que combatir, de momento, Francia, que todavía no tenía un Ejército tan importante como el de España. A pesar de lo que se diga en la novela “Los tres mosqueteros”.
Curiosamente, aunque Francia era un país católico y su primer ministro era un cardenal, siempre apoyó al bando protestante. Bajo cuyo mando pusieron al rey de Suecia.
De esa forma, Suecia, entró en 1629 en esa guerra, la cual había comenzado en 1618 y ya se había convertido en una gran guerra a nivel europeo.
Al principio, no le fue demasiado mal, pero en 1632, el propio monarca sueco murió en la batalla de Lützen. De ese modo, Cristina, se convirtió en la nueva reina de Suecia, sin haber cumplido los 6 años.
El rey había nombrado a su canciller como tutor de la niña. La pequeña, en un principio, vivió con una tía suya, hermana de su difunto padre, hasta el fallecimiento de ésta. Luego, vivió un tiempo con su madre y, posteriormente, con una hermana del canciller.

Parece ser que su madre quedó muy afectada por la muerte de su padre. Durante un año, se negó a que fuera enterrado y ordenó que le extirparan el corazón al cadáver y lo introdujeran en un recipiente de cristal, que colocó en su dormitorio.
Esto no era del todo extraño, pues ya habían existido otros miembros de su familia que también habían sufrido problemas mentales.
Así que el canciller tomó las medidas oportunas para que la niña fuera apartada de su madre y a ésta la envió a vivir a un castillo lejos de Estocolmo.
Aun así, su madre se puso en contacto con los daneses y consiguió escapar de Suecia al país de sus tradicionales enemigos, Dinamarca. Posteriormente, de allí se fue a residir a su Prusia natal. Lógicamente, esto no hizo ninguna gracia a los suecos y la acusaron de traición, porque Prusia también se había convertido en enemiga de Suecia.
A pesar de ser una niña, la dieron la formación propia de un príncipe. Por un lado, el obispo Gothus, se hizo cargo de su educación en lo tocante a los estudios de Filosofía, Historia, Matemáticas, etc. Por otro, se le dio una auténtica formación militar. Lo que incluye hípica, esgrima y uso de armas de fuego. Parece ser que en lo que más destacó fue en el estudio de los idiomas. Cada año, un comité de expertos comprobaba sus conocimientos para ver si podría ser una digna reina de Suecia.
Ciertamente, nunca fue muy agraciada físicamente. Además, siempre fue una mujer baja y corpulenta en un país donde la mayoría de la gente suele ser más bien alta.
Siempre fue una enamorada de la cultura, lo cual le llevó a contactar con grandes personajes de su época, como el filósofo francés Descartes. Se puede decir que era una auténtica devoradora de libros. Incluso, en 1645, impulsó la fundación del primer periódico sueco.
Sin embargo, nunca le gustaron las joyas ni los encajes. En muchas ocasiones, se le vio vistiendo pantalones. Algo extraordinario para una mujer en esa época.

Paulatinamente, fue asistiendo a las reuniones del Consejo del Reino, donde fue tomándole el gusto a la política interior y exterior. A los 18 años, llegó a su mayoría de edad y fue asumiendo su papel como nueva reina de Suecia.
Afortunadamente, en 1648, terminó la Guerra de los Treinta Años, de donde Suecia salió como una nueva potencia europea a tener en cuenta por el resto de los países del continente.
En 1650, fue coronada como reina de Suecia en Estocolmo. Curiosamente, en esa época, Finlandia, era una parte del reino de Suecia.
Casualmente, como en aquel momento, Prusia, ya no era enemiga de Suecia y su madre pudo asistir a la ceremonia de la coronación de su hija. Aprovechando esa visita, volvió a residir de nuevo allí y se fue a vivir a un castillo cedido por el Gobierno sueco.
Siguiendo la costumbre del país, en la misma ceremonia, la reina nombró a su primo Carlos Gustavo como sucesor al trono, con el que se había criado, mientras estuvo viviendo con sus tíos. Como buena amante de la cultura, adoptó para su reinado el lema  “La sabiduría es el pilar del reino”.
De esa forma, atrajo a varios conocidos intelectuales, como el propio Descartes, al que sólo conocía a través del correo y que ahora fue invitado a residir en su palacio.
Desgraciadamente, al pobre filósofo, que sólo tenía 53 años y que se había resistido a viajar hasta ese lejano país, le sentó muy mal el clima de Suecia y murió allí sólo 3 meses después de haber llegado, a causa de una neumonía. No es de extrañar, porque la reina le obligaba a que le diera sus clases a partir de las 5 de la mañana.
No obstante, hacia 1980, un escritor halló en la Universidad de Leiden una carta escrita por el médico holandés, que había atendido al célebre filósofo. Entre los síntomas que vio en el enfermo (náuseas, vómitos y escalofríos) no se correspondían con los habituales de una neumonía. Por lo que se sospecha que, posiblemente, fuera envenenado con arsénico. Lo que no sabemos es quién tendría interés en matar al famoso filósofo francés.
Parece ser que, ya en aquella época, hubo muchos rumores en Suecia acerca de su muerte. Hay quien dice que, como ella estaba dando muestras de que querer pasarse al catolicismo, alguien envió al filósofo para formarle en esa religión. Algo ilegal e imperdonable en la protestante Suecia. Hace ya unos años, dediqué otro de mis artículos a este personaje.
Cristina también fue una de las mayores coleccionistas de obras de arte de su época. En cierta ocasión, regaló a Felipe IV de España una de sus obras más queridas, “Adán y Eva”, de Alberto Durero, la cual, en la actualidad, se puede contemplar expuesta en el Museo del Prado, en Madrid.
La reina convirtió a su frío país en uno de los focos culturales más interesantes de su época. Incluso, patrocinó compañías de ballet y de teatro. Incluso, se la vio actuando en una de las representaciones teatrales. Alguien la denominó “la Minerva del Norte”.
Algunos comentan que comenzó su colección de obras de arte con pinturas y esculturas traídas por sus tropas, tras haber saqueado, durante la guerra, la ciudad de Praga.
Hay quien dice que los embajadores de Francia y España actuaron como consejeros de la reina a la hora de influir en su entrada en la religión católica.
Incluso, en el caso del embajador español, Antonio Pimentel de Prado, que, en la célebre película sobre la vida de esta reina, protagonizada en 1933 por Greta Garbo, nos da la idea de que hubo un cierto amorío entre dos personas jóvenes. Lo cierto es que no fue así, porque el embajador ya andaba por los 50 años, mientras que la reina estaba por la veintena.
Parece ser que Felipe IV envió a su embajador a Estocolmo para que comprobase el poder militar de Suecia y si la reina Cristina iba a casarse con algún personaje importante de un país enemigo de España. En ese caso, habría que ir tomando medidas para corregir el equilibrio de fuerzas en Europa. No obstante, el monarca español pretendía tener buenas relaciones diplomáticas con Suecia.
Según parece, se hicieron buenos amigos, porque ella ya había pensado en abdicar y, para ello, buscaba el apoyo de las monarquías más importantes del momento. O sea, España y Francia.
De hecho, se sabe que la reina y el embajador español mantenían reuniones a puerta cerrada y eso hizo que pensaran que eran amantes. Sin embargo, estaban organizando su abdicación y su conversión a la fe católica.
A partir de 1647, se multiplicaron las presiones del Consejo del Reino a fin de que la reina decidiera casarse cuanto antes para traer un sucesor al reino.
Dos años después, les comunicó que no pensaba casarse y tampoco les iba a dar explicaciones del por qué había tomado esa decisión.
En 1653, cuando nuestro embajador regresó a España, entre su equipaje, traía un regalo de la reina Cristina para Felipe IV. Se trataba de un retrato de la reina a caballo, el cual, hoy en día, se puede ver expuesto en el Museo del Prado.
En 1654, ya directamente, comunicó al Consejo del Reino, su decisión de abdicar al trono de Suecia. También sin aportar ningún tipo de explicación. Lo cual era doblemente extraordinario.
En junio de 1654, durante una emotiva ceremonia en el castillo de Upsala, la reina se desprendió de sus atributos reales y se los dio a su sucesor, su primo, que reinaría bajo el nombre de Carlos X Gustavo. Por último, se fue despidiendo de sus consejeros y de los nobles del reino. Así como de sus damas de la Corte y de su madre, que seguía residiendo en su remoto castillo.
Se acordó otorgarle una generosa pensión, la cual cobraría hasta su muerte. Así que se marchó de Suecia, embarcando hacia Hamburgo, para luego continuar su viaje hasta Flandes.
Lógicamente, unos años antes, había ido sacando su patrimonio personal de su país para que no le fuera incautado.
En ese territorio, que, por entonces, pertenecía a la Corona española, fue donde abjuró de su fe protestante para convertirse a la religión católica. Eso fue en la Nochebuena de 1654.
En Suecia dejó a su canciller, que entró en una profunda depresión, la cual le llevó, sólo unos meses después, a la muerte. También el obispo que la había educado fue culpado de su abdicación y optó por recluirse en un antiguo monasterio hasta su muerte.
En octubre de 1655, Cristina, se fue de viaje hacia Roma. Un mes más tarde, el Papa, informó a las demás cortes europeas sobre la conversión de Cristina a la fe católica. Parece ser que la verdadera razón de Cristina para tomar su decisión de abdicar, estuvo en que ella quería convertirse al catolicismo. Sin embargo, la práctica de esa religión era ilegal en Suecia.  Supongo que no quiso presionar para no provocar una guerra civil en su país. Como las que hubo en Francia.
Naturalmente, esto causó una gran conmoción en Suecia. Precisamente, el padre de Cristina había sido uno de los grandes líderes de la causa protestante.
Hasta el mismo Calderón de la Barca se inspiró en este acontecimiento para escribir un auto sacramental titulado “La protestación de la fe”.
Evidentemente, el Papa Alejandro VII, no perdió la ocasión para celebrarlo por todo lo alto. Ordenó que en todas las ciudades por las que pasara la antigua reina, se le rindieran honores como si todavía estuviera en el trono. Así, se ordenó que sonaran las campanas y que los cañones dispararan las protocolarias salvas.
A mediados de diciembre de 1655, Cristina, hizo su entrada triunfal en Roma, montada sobre un caballo blanco y seguida por una amplia comitiva. Uno de los que la acompañaron fue Antonio Pimentel de Prado, el cual había estado también presente, el año anterior, en el bautizo de esta monarca.
Acudieron a su encuentro el propio Papa, junto con todos los cardenales. Celebrando su llegada por todo lo alto.
En Roma decidió organizar otra corte y se propuso aumentar su colección de obras de arte, aunque ya no tenía los amplios recursos de que disponía cuando era reina de su país.
Volvió en alguna ocasión a Suecia, como en 1660, tras producirse la muerte de su primo y sucesor en el cargo.
De vuelta a Roma, hizo aumentar las actividades culturales de la capital. Incluso, organizó una academia literaria y hasta apoyó excavaciones arqueológicas.
Algunas estatuas de su colección, halladas en el palacio de Adriano, en Tívoli, fueron adquiridas por Felipe V de España y también están  ahora expuestas en el Museo del Prado.
Parece ser que, en Suecia, nunca fue muy popular, cuando era reina, ya que solía gastar grandes sumas para compras obras de arte y, para ello, el Gobierno, tenía que aumentar los impuestos. Así que muchos suecos se alegraron cuando oyeron la noticia de su abdicación.
También tuvo siempre un espíritu muy tolerante, en lo tocante a la libertad religiosa y se opuso firmemente a toda persecución de ese tipo, como las llevadas contra los judíos o contra los hugonotes franceses.
Su estancia en Roma sufrió altibajos, debido a que en muy pocos años se sucedieron varios Papas y con unos tuvo mejores relaciones que con otros.
No hay que olvidar que era alguien con un carácter demasiado independiente y eso no gustaba mucho a la Iglesia de aquel momento.
Aparte de que hubo un Papa que ordenó clausurar algo muy querido para Cristina, los locales donde se representaban obras teatrales. Algunos de los cuales habían sido patrocinados por ella.
Incluso, se ahondaron estas diferencias, cuando hizo amistad con algunos teólogos, que luego fueron perseguidos por la Inquisición a causa de sus ideas religiosas. Es posible que, por esa razón, ya no gozara, como al principio, de la protección de Felipe IV de España.
A partir de 1689, comenzó a sentirse mal y redactó su testamento. Incluso, escribió al Papa Inocencio XI, para pedirle que le perdonara a pesar de las discusiones que habían tenido. Lo cual hizo el Pontífice, que también se hallaba enfermo.
Tras su muerte, ocurrida el 14 de abril de ese año, no se respetó su voluntad de ser enterrada de una manera humilde en el célebre Panteón de Roma.
Al contrario, sus restos fueron velados en su palacio, por donde pasaron miles de visitantes. Más tarde, su cadáver fue llevado a la Basílica de San Pedro, donde se le dio sepultura.
Incluso, posteriormente, se le encargó a Fontana la realización de un lujoso monumento funerario, que se instaló en el interior del citado templo.
Es preciso aclarar que sólo hay tres mujeres enterradas en la Basílica de San Pedro. Una es Matilde de Canossa, otra María Clementina Sobieska y la otra es Cristina de Suecia. A la primera de ellas, ya le dediqué hace tiempo otro de mis artículos.
Realmente, no sé si a los suecos les pareció más imperdonable que abdicara, que se convirtiera o que se fuera con su patrimonio a otro país. Precisamente, a la capital del Catolicismo.